domingo, 18 de septiembre de 2022

13 VIAJEROS DE LA ETERNIDAD: Un planeta en pedazos

 



Trillones de años después…

 

Caminar y caminar y en eso el paisaje mostró un asombroso espectáculo. Un fragmento del planeta se había dado vuelta, de alguna manera había explotado algo en el fondo geológico del Thecnetos y un gran trozo del mundo había quedado boca arriba. Entré a explorarlo. El Thecnetos no solo se apagaba también se fragmentaba, algunos trozos grandes de corteza ya se elevaban y se hundían lentamente más allá de la atmosfera y otros flotaban en lo alto retenidos por hilos precarios que los anclaban aún a la tierra. Por esa superficie ampulosa de retorcida maquinaria caminé y vi miles de esos parásitos mecánicos, esos que había visto antes vivos dentro del avernus. Por entre esa polvorienta masacre de animales artificiales vi miles de cuerpos muertos y encontré por primera vez a Thalos devorando el cadáver metálico de uno de sus semejantes, como un sórdido caníbal artificial.

Supe de inmediato que era uno de esos seres que evolucionaron en las entrañas artificiales del mundo. De algún modo este no había muerto una vez muerta la máquina que parasitaba.

Se ocultó al verme y quizás planeaba algo taimado contra mí. Pero luego como un perro empezó a seguirme.

Caminando como un agotado enamorado me dejé seguir por ese insecto mecánico. Algo que no sabía antes empezó ahí, anteriormente había detestado la presencia de “los otros”, me daban incluso pánico. Sin embargo, ya estaba enfermo de humanidad y sentí curiosidad y anhelo de contacto con aquel raro ser. Me parecía incompresible el deseo de ser acompañado por un ser tan amorfo, tan abiótico como aquel parásito artificial. Tal es la soledad.

 

Dejé que me siguiera e incluso, aunque siempre estábamos lejos uno del otro, evité perderlo de vista. Hasta ese punto había llegado mi degeneración. Disfrutaba de su existencia paralela a la mía. Acaso yo ya no era afín a la calmada soledad que una vez disfruté.

Thalos, desconfiado, había logrado sobrevivir a la muerte de su especie canibalizando los cadáveres de sus congéneres. Yo no necesitaba hacer eso. Dado mi vínculo minúsculo con el más alto corazón del Thecnetos no moría, vínculo que nunca llegué a entender sino hasta el final.

— ¿Dónde estoy? —preguntó en su lenguaje. El mundo de la superficie le era ajeno y desconocido. No comprendí. Su lenguaje no estaba hecho de sonidos. Pero no hacía falta hablar así que no me importó la falta de comunicación. Pero solo por un tiempo. Lo llamé Thalos, su verdadero nombre o si lo tenía no lo supe nunca.

Ni supe si venia de las profundidades del último planeta o de las profundidades de mí mismo.

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