Un trillón de trillones de años antes…
Las
oscuridades del almacén se rayaron con una franja de luz intensa, era día de
ventas, yo había envejecido ya mucho. No había riesgo de ser comprado. Ni
esperanza. Ya sabía que los padres no venían por sus hijos sino extraños. Era
mejor no ser comprado. Los míos debían haber muerto, me resultaba insoportable
suponer que estaban vivos y no me buscaban. Pero tampoco nadie buscaba a sus
hijos, solo venían extraños, no todos podían haber muerto. Y definitivamente
todos los niños juguete eran hechos de 2 hombres, ¿era acaso posible que no les
importase? acaso si venían, pero muy tarde, luego de ya ser vendidos,
felizmente nadie venia por mí. Pero un minúsculo temor siempre me oprimía hasta
terminar el día de comercializaciones. No conocía otro mundo.
Por la franja de luz blanca apareció una figura ruda. Camino muy
paciente por entre los almacenes, era normal, empezaba en los lotes más
valiosos, pero parecía que no le importaba el precio pues buscaba también en
los más baratos.
—Podemos hacerle una oferta —digo el Gnomon ansioso de vender algo, llevaba semanas sin vender nada y
durmiendo sin comer—, a pesar de su costo superior los rebajaré, hay varios que
pueden servirle bien.
Pero Ayazx no le contestaba
y buscaba calmo y decidido.
—No
podemos permitir que escoja si damos una oferta así —dijo Diomedes—. Cualquiera le servirá igual. ¿Ha venido solo?
¿su erómenos
no lo ayudará a decidir? ¿Esta Ud. solo? Criar solo es una carga y la idea de
estos juguetes es entretener.
Así
pasaron horas, los almacenes eran realmente grandes.
—Nunca compra —dijo
impaciente el Gnomon a Diomede— y sé que lleva meses manoseando
la mercadería de otros comerciantes.
—¿Y qué quiere?
—le pregunto a Ayazx el Gnomon.
—Ahora,
ser sordo.
Quizás por diversión Ayazx
decidió examinar los saldos. Ahí todos los niños éramos feos o con algún
defecto importante. O muy débiles para ser comprados por las fábricas como mano
de obra.
Ayazx se rio de
algunos defectos graciosos, y jugueteo con algunos niños y su torpeza. A pesar de
su inmenso cuerpo, violentamente abultado de músculos, sus ojos se volvieron tan
niños como los de estos en su juego. Ya era una rutina para él esa
investigación de años, apoyaba su tester
genético sobre el chip que llevaba cada jaula, y luego divertidamente se despedía
del niño, con algún gesto burlón.
Yo no le parecí gracioso así que siguió de largo sin mirarme, pero
antes de pasar de frente apoyó su tester
en mi chip. Dio unos pasos más y quedo inmóvil, estupefacto. Regresó a mirarme,
no podía ser, no quería que fuera así, pero por fin se decidió. Regresó hasta
mi jaula. Yo lo miré fascinado, nada más fascinante que los adultos. Este
parecía realmente grande, y de rasgos severos y temibles. Daba miedo, aún más
que ese mundo inconcebible al que podría llevarme quien sabe para qué. Aunque
era imposible que me quisiera llevar. Aterrado me aferré a los barrotes posteriores
de la jaula. Deseando con toda el alma que se fuera.
Diomedes
se acercó. Tanto él como nosotros nos habíamos encariñado. El lote llevaba años
sin vender y él sin cambiar de puesto. Era tan inservible como nosotros. El Gnomon también se acercó a abrir la
jaula y el gigante metió su mano y agarró mi brazo.
—Déjeme a mí —dijo
preocupado Diomede.
Delicadamente
me sacó, mis delgadas piernas casi no podían sostenerme en el pasillo, era
helado y tirité. Diomedes me miró
despidiéndose con ojos húmedos y enrojecidos. Y dijo en mi idioma:
—Eres
afortunado, sí conocerás el mundo, es algo mejor que este.
—No quiero ir —le
dije aterrado de conocer ese mundo de afuera y me apoyé contra su barriga,
cubierta de sucia ropa. Sentí, sin equivocarme que ese soldado enorme no era
uno de mis padres. Ni un solitario con deseos de tener un hijo.
—Estarás
bien —dijo entristecido y sentí que su enorme barriga aguantaba el deseo de llorar.
Los ciudadanos solitarios (sin eromenos) que compraban niños juguete,
eran muchas veces sádicos o pervertidos. La trans-meta-corporación no tenía compasión
de los humanos y menos de nosotros que según decían éramos golems, o sea seres sin alma. Diomede,
en otro caso habrían tratado de engañar al comprador y no venderme, pero temió
hacerlo por el aspecto terrible de Ayazx.
—Hay
una cuarentena. Así se aclimatan al mundo real. Déjelo un par de días. Debemos preparárselo
—dijo el Gnomon decidido a ayudarme.
—No
—dijo Ayazx—, yo le enseñaré que es el
mundo. Ahora es mío.
Me arrastró, sin darme chance de intentar mis primeros pasos, ya había
pagado y no creía necesario más trámites. Sin tiempo de prepararme fui sacado a
la luz por primera vez. Afuera las cálidas sombras y ruidos usuales
desaparecieron y dieron paso a un sinfín de colores y formas caóticas, signos y
colores abstractos que no podía entender.
—¡No!
—grite en mi idioma al hundirme en ese caos y ver las figuras de Diomedes y del Gnomon empequeñecerse y desaparecer.
¿Así de feo era el mundo real? terribles ruidos y colores que nunca
había visto me enterraron, todos informes como el dibujo de un loco. Abrí los
ojos lo más que pude, pero solo caos y formas sin sentido los abarrotaron. Ese
fue el primer día con mi padre. Había pasado demasiado tiempo en el almacén y
mi cerebro ya no era capaz de concebir de verdad el mundo y así fue hasta el último
día de mi vida, mi cerebro era medio ciego, pero lo más invisible para mi serían
siempre los seres humanos, sus emociones, que jamás llegué a entender con
claridad.
Después del miedo, nació en mí una esperanza, una pequeña alegría y
emoción de ya tener padre, siquiera uno de mentira, alguien a quien querer y
por quien ser querido, de ser nada pasaba a ser algo importante para alguien,
lo más importante… no sabía cuánto me equivocaba.