Un trillón de años después…
Mis primeros compañeros habían sido vendidos, los que no, bajamos
de precio y éramos almacenados en lugares menos vistosos, mis nuevos vecinos eran
siempre más y más viejos, aunque no crecíamos, nos gastábamos. También el
idioma de los nuevos compañeros era más complejo, más palabras y declinaciones,
artículos, verbos, tiempos, ya no solo se referían a objetos concretos sino a otras
cosas más sofisticadas y creo, innecesarias. Subjetivas diría yo. Aprendía rápido,
pero trataba de no abusar de aquellas regiones del idioma que no se referían directamente
al mundo real, no entiendo para que sirvan.
Había mucho tiempo para hablar, pero poco que decir, cuando nos
movían de lugar las pequeñas amistades se desvanecían de nuevo. Así fui movido
de lugar en lugar con cierta tristeza de dejar a una comunidad, pero con
entusiasmo de descubrir otra, ansioso de explorar esas pequeñas diferencias y
novedades, pero esas novedades acabaron pronto, dado mi extremo nivel de
entropía, fui llevado a un lugar del almacén muy apartado y oscuro. ¿Por qué
demoraban tanto mis 2 padres? De ahí ya no saldría. Lo cuidaba también el bondadoso
Diomede, que además del idioma adulto
conocía todos los neo-idiomas infantiles. Este Diomede era un hombre desdentado, y algo fofo, pero parecía haber
sido fuerte en su juventud, la inocencia de sus ojos, su cara redonda y
traviesa se mimetizaba con las de nosotros. Ahí por primera vez conocí a fvogelfit, un niño juguete con una lengua
rarísima, constaba de miles de palabras. Pero creo era una lengua inútil, pues
hablaba de entes fantásticos sin ningún tipo de realidad concreta. Y hacía algo
con el idioma que me asombró y desalentó: mentir. Era la autodestrucción del
lenguaje, bastaba que fuera posible una mentira para que todo el resto del
idioma se desmoronara y fuese dudoso. Primero lo escuche conversar. Pero hablaba
de cosas muy extrañas. Lo que entendí es que había sido devuelto numerosas
veces, y sabía que había tras esa luz que se dejaba ver y por la que entraba
personas adultas y compradores, ahí supe que los adultos que compraban a los
niños juguete no eran sus padres, eran extraños. fvogelfit era una mercancía reembolsada una y otra vez, y había conocido
que había en el más allá y que pasaba cuando éramos comprados. Antes de escucharlo
yo imaginaba que el mundo adulto era otro gran almacén y que acaso los adultos vivían
en jaulas más grades interconectadas complejamente. Había imaginado un mundo
como un laberinto de jaulas y pasadizos conectados y con puentes entre ellos, pilas
de extravagantes jaulas que se elevaban a una altura cósmica y se hundía en abismos
muy profundos, pero que terminaban, paradójicamente, mezclándose con los
lugares más altos, imaginaba el mundo adulto como el revés del nuestro, donde
adentro era afuera, lo pequeño era grande y lo hueco estaba lleno, siempre con
gente subiendo y bajando, y usando raros bebederos y comederos, acaso el patrón
de las jaulas no serían siempre horizontal, podían adoptar otras formas y colores.
Pero mi imaginación no podía llegar más lejos que imaginarlas verticales. Para
agregar diversidad a mis fantasías mezclaba conceptos, la imaginación de los
aburridos juega y compone con conceptos, como un pintor compone con colores, un
bebedero-comedero, un bebedero-jaula, un pasadizo-malla, así surgían nuevas
texturas en ese mundo imaginario. Pero nada novedoso en el fondo, solo mezclas
de lo ya conocido. Así iba concibiendo el mundo de los grandes con el que no
dejaba de soñar y acaso anhelaba conocer, aunque ya sabía que no sería vendido
nunca.
—El mundo no es así —dijo fvogelfit.
—No puedo creerlo —dije— ¿Cómo podría no ser el mundo así? ¿Cómo es?
—No hay
jaulas, pero no son libres.
— ¿Qué es ser
libre?
No entendía, así como nosotros no concebimos el mundo sin espacio
ni tiempo, por ser nosotros espacio y tiempo, yo no concebía un mundo sin jaulas
ni bebederos. Mi mente trataba de imaginarlo inútilmente. Acaso si salgo y veo esas cosas que nombra no las veré —pensaba.
Pero pasados tantos años ya no había posibilidades de conocer el
mundo, éramos más y más viejos, todos afeados por diversidad de defectos, ya no
nos venderían. Pero no nos eliminaban. Mantenernos era baratísimo y nunca se perdía
la esperanza de sacar algún provecho. Así pudimos hacer una amistad duradera con
los demás y con el amable Diomede.
fvogelfit no era ni
viejo ni dañado, su conducta era lo que lo hacia una mala mercancía, era
terriblemente travieso, así que, como la conducta no es visible, pronto se
vendió de nuevo y desapareció. Dejando triste al guardián Diomede que se había encariñado con su locuacidad y alegría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario