Un trillón de años después...
Nimis se acerca cauta al Thaumasios.
—Deseo ayudar, ¿en qué
podría servir? —dijo con fingida solicitud.
—Tú no sirves para
nada en este mundo —dijo Herakón que
era inmune a las mentiras o trucos de seres como Nimis—, he descubierto que es imposible conocer el mundo, por eso
hemos decidido construir una máquina o un animal capaz de entenderlo, será
dotado de una epistemología absoluta. Pero yo no lo veré. Nadie lo vera. Cuando
el Thecnetos despierte por fin el universo podrá verse a sí mismo con nitidez.
Esa es la empresa. ¿Cómo podría un ser como tu ayudar? El conocimiento es tu
enemigo, la mentira tu aliado. Solo podrías colaborar desapareciendo y la única
forma en que estés en lo cierto es que calles.
Nimis fingió no ofenderse, pero se alejó
aterrada. Pero no muy lejos, debía estar cerca de gente fuerte e importante.
Dado que ella era débil e insignificante.
Nimis estaba ahora viva, pero en un mundo donde ya nada estaba en su lugar,
pronto descubrió que en la estructura de ese mundo duro solo dos cosas serían útiles:
la fuerza y la inteligencia, dolorosamente descubrió que ella carecía de ambas,
era imposible vivir, pero, ella deseaba vivir, había sido un artefacto insensible
pero útil toda su vida, pero ya no, ahora tenía un alma, es decir una
conciencia, y ya no servía de nada, así que el mundo se abalanzó a destruirla
justo cuando su vida consciente empezaba, en los primeros golpes supo que había
otra salida.
Así que como la
realidad la condenaba uso la irrealidad: La mentira. Fingir felicidad, fuerza e
inteligencia, era casi como tenerlas. Al menos para los demás, pero ella
siempre sabría del embuste, quién era o mejor dicho quien no era, debía
aguantar, así que Nimis se prometió
que soportaría cualquier dolor, humillación o tristeza con tal de vivir.
Debajo de esa sobrevivencia desesperada se
acumulaba el odio. Vagaba por las calles ejercitando el arte de la mentira para
vivir unos días más, no sabía para qué, pero se aferró a la vida.
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