Trillones de años después…
La humanidad que esperaba desde hace milenios
resucitar, despertó ese día para morir, la información que contiene la vida
empezó a borrarse con asombrosa rapidez, tomo millones de años de lenta evolución
natural escribir su libro de ADN, y otros billones más su evolución artificial,
pero se borraba con facilidad, pues destruir es más fácil que construir, pues
destruir va en la dirección del tiempo que es deterioro y muerte y construir es
ir en su contra, implica retroceder al pasado anti-entrópico cosa ardua y
finalmente imposible. El mismo Thecnetos se destruía al matar la vida y
ahuecarse de contenido. Un terremoto total empezó a solazar al último planeta,
que era como la catedral de ese dios mudo que se mataba.
Toscos movimientos causaron hondas grietas en su
subsuelo, erupcionándolo, por ellas, llamas de fuego eléctrico se empezaron a
disparar, sordas explosiones retumbaron en su interior desdibujándolo, mientras
miles de almas abstractas que pululaban en su interior morían, las ciudades
fósiles de la superficie se derrumbaron, con sus arquitecturas milenarias y sus
gigantes dormidos, y un gran fuego anóxico recorrió, como una bestia
subterránea, el milenario cableado, volviendo el frío avernus, en un inferno. Vida es multiplicación e información, ya
hacía mucho había dejado de nacer hombres y así la vida había perdido una de
sus caras, ahora la información que contenía se hacía desorden, entropía. Y la
vida desaprecia por completo.
Has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente por amor de
mi nombre, y no has desmayado.
Pero tengo contra ti, que has dejado
tu primer amor.
Apocalipsis.
—¡Que es esto! —exclamo Thalos a su amo. Mientras se sostenía de
L para no caer por los movimientos telúricos.
—Es el fuego. Una vieja bestia purificadora.
—¿Qué es el fuego?
—Caos, todo orden
almacenado entrega su entropía en forma calor. Que es la forma más irreversible
de caos.
Así se borraba la humanidad, solo quedada en esa noche
que era el universo una sola estrella, roja de fuego melancólico, el último
planeta ardía en su desolación celestial, en su gran inmolación.
Otro tosco
trueno y el último planeta se quebró en 3 enormes fragmentos, dos, aunque
separados, seguían unidos por gruesos filamentos, pero el tercero salió
disparado y se hundió en la nada.
La
luminaria artificial que giraba sobre el mundo callo como un dragón sobre el Oceanus, dejando un cráter negro, así se
disipó toda luz, dejado a Thalos y a
L a oscuras.
El etéreo Oceanus
por el golpe se desparramó por las heridas del planeta, como desangrándolo, y
viajó como una lluvia inversa a lo lejano del Aether.
—¡Que le ha hecho a su
raza! —Dijo Thalos aferrándose con todas sus fuerzas
a L que yacía en una jaula y encadenado para no perderse, como un eremita castigado
su carne en un desierto lleno de tormentas y bajo un gigante de piedra de
poderosa fuerza que aferraba la jaula estrecha, entre sus pétreos músculos, que
tensos, jalaban y empujaban en diferentes direcciones voluptuosamente.
—Ya no tendrán hambre ni
sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno. He limpiado el mundo
de la conciencia y del hombre. ¡Aniquilación! —dijo Herakhón ya renacido en L con la mirada
de un demonio excitado de muerte.
Los pequeños y a los grandes, reyes, esclavos, todos
morían, el Thecnetos era como una mujer enajenada devorando a sus hijos recién
paridos.
Hubo
truenos y voces, y relámpagos finales, y un terremoto final. El Thecnetos se
estaba atacando a sí mismo. Y luego se desconocía. Un enajenado asesino que
perdiendo la razón ya no descubriría que era él mismo su única víctima, tan decididamente
destrozada. Su único deber era cuidar a esa humanidad y ahora la mataba,
matándose a sí mismo. Sin su misión se convertía en una máquina sin un fin, en
un dios hueco.
—Nosotros también nos perderemos.
—Yo llevo milenios perdido. Ya todo acabó —Un silencio
lleno de culpa y falsa calma los rodeaba. Caminando ya por el despedazado
último planeta, y otra vez en silencio L escucho a Thalos.
—La
vida no ha dejado de matar desde que apareció —dijo.
—Ya no habrá más vida, por eso no habrá más
muerte. Esta tarde acabó la humanidad… y es como si no hubiera pasado gran cosa
—dijo L con los ojos llenos de un horripilante gesto de locura y odio.
Aunque no pertenecía a su raza, Thalos sintió desazón por la hecatombe
que había ocurrido.
—Sé que me dejará morir a mí también —dijo.
—No, te prometí vida eterna. Te la daré.
—¿De qué me sirve en un universo muerto? Mató a la humanidad,
pero Ud. ¿Por qué no se mató?
—Por qué he dejado de
ser humano.
L, como un Noé de un arca vacía, se unió al restante Thecnetos convirtiéndose
en un dios. Un dios triste y desengañado, amo de un universo fatuo. Ahí un
infinito de culpa consumió su vida. Se abandonó al deseo de ser Herakón y murió L en él. Pero pronto se
arrepentiría de la muerte de la humanidad contenida en la máquina y en sí
mismo.
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