viernes, 12 de abril de 2024

84 VIAJEROS DE LA ETERNIDAD: Maldición

 



 Un trillón de trillones de años después…

 Ambos permanecieron en uno de los fragmentos flotantes del último planeta. Como náufragos esperando sus muertes, solo por una casualidad, postergada. No había luz, se amarraron como podían a esa superficie que se balanceaba y deambulaba rumbo a ningún lado, girando parsimoniosamente sobre la otra mitad, ya casi desprendida de ella. L, ahora Herakón, destruyó a la humanidad, pero algo, venido de algún lado de la eternidad, lo maldijo, no solo por haber sido el asesino de M y de sí mismo y haber engendrado así, dentro de él a un monstruo, sino por matar a la vida misma que se agitaba en el Thecnetos y desesperada por continuar. Algo en las alturas de la meta-dimensionalidad se quebraba y moría por la traición de L a M. Un terrible castigo se preparaba para él y se encaminaba a su encuentro desde múltiples direcciones, la más peligrosa, desde dentro suyo.

—El Dios te condenará a «errar hasta su retorno» —dijo Anthonio desde las profundidades del pasado[1].

Thalos supo que morirían pronto. La prometida vida eterna que cambió por guiarlo hasta a M no se cumpliría. Se sintió defraudado e impotente al sereno poder de su nuevo amo, cuyos ojos, en la ingrávida negrura, brillaban llenos de melancolía y delirio.

—¿Qué planea ahora? —dijo Thalos como desde dentro de la mente de L.

—Medito en la muerte, no queda más en que pensar. Un piadoso fin —dijo L tratando de disimular el golpe que las palabras de Thalos causaron. Casi quedó sin aire al recordar lo que hizo y que se negaba a reconocer.

—También me está matando a mí —dio Thalos flotando a pocos centímetros de L.

L lo miró con ojos desorbitados de furia y terror.

—Ud. prometió darme vida eterna si lo ayudaba encontrar a M.

Esas acusaciones eran insoportables. Algo violento en L debía hacerlas parar.

—Eso te lo prometió otro. Y ese ya no está —dijo Herakón dentro del cerebro de L.

       Thalos quedo aterrado de la mirada torva que se había encendido en su amo, pero susurro:

       —Le negaste a dar agua a un moribundo, ¿qué te costaba aliviar sus últimos días? Vivirás siempre atormentado… esa es tu eternidad de dios, un dios vagabundo y triste. Un dios desahuciado.

       Thalos se supo mortal de nuevo, ya no era tampoco de ninguna utilidad a L o a eso que ahora estaba dentro suyo. Caviló rápido su plan. No quería morir. En secreto caviló hasta que encontró la salida. 



[1] Párrafo incoherente, acaso relativo al totalmente apócrifo texto llamado Thecnetos ∞.

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