Un trillón de trillones
de años después…
Thalos empezó su plan con estas palabras:
—M ya ha muerto. También la humanidad. ¿Eso era para lo que nació?
—Sí
—pensó Herakón dentro de L—. No, debe
vivir… yo soy ahora el Thecnetos, en mis recuerdos flotan todos esos seres que
se han apiñado en este libro, vivirán mientras yo los recuerde, la inmortalidad
de sus vidas está en mí.
—En
ningún lado la vida está más muerta que dentro de Ud.
—Pero…
Nunca estuvo viva —dijo melancólico Herakón,
derrotado como un poeta ya completamente loco.
—Quizá
esa humanidad que se apagó no fuese un crimen, solo una abstracción, pero sí el
de un solo hombre real, un crimen infinito, pues la muerte es un mal infinito, tanto
que nada puede ser peor, ni 2 muertes, y eso le hizo al último hombre que vivía
en esa cueva esperándolo y que Ud. dejó morir para volverse un dios, ese que
una vez le salvó del Thecnetos. Sí. El que le guío lejos del Theknos- Herakón para que no lo alcance. Salvarle
puso en peligro su propia vida. Aunque no tuviera ya su “amor” por haber perdido
la belleza de su cuerpo ¿no merecía su gratitud?
L recordó ese largo viaje junto al Emisario[1], cuyo único objeto era
preservar a L de su verdugo, esconderlo del Thecnetos. Ese que ahora lo
invadía. Había matado a su salvador. Y todo para ser ese dios vacío que ahora
era.
—¿Por
qué dices vivía? Gritó sin aire L, ya trastornado, ¡vive!... siquiera en mí.
—Nunca
estuvo más vacío de M que ahora. Ni siquiera cuando él ya no le quiso. Cuando eligió
salvarse y abandonarlo, saliendo del universo. Ya no está. Lo sabe. Su
enfermedad no podría dejarlo morir, porque estaba esperándole. Pero ya
desapareció su enfermedad atávica, también aquí dejó de quererlo. Y por eso murió.
—Lo
sé y lo merezco —dijo L compungido—. Ya no sufrirá más, ni yo. Nadie.
—Se
equivoca, M se fue, pero tú esperarás una eternidad a que vuelva.
—¿Qué
dices? M no volverá a nacer. Nadie volverá a nacer.
—Umh…—dijo
Thalos y L trastornado pensó si acaso
Thalos no era real, sino una
proyección de su culpa. Había enloquecido seguramente.
—Él
que conoció, el que sí le amo, está en el pasado, sé que todavía queda un
pedazo del Thecnetos y en él los recuerdos de M ¿Por qué no viajamos al pasado?
¿A ese periodo habitable del universo? Ahí podrá darme quizás no vida eterna,
pero sí una larga —dijo Thalos
revelando su plan.
—Por
qué es imposible —dijo L con el fuerte golpe de certeza de la muerte de M—, el
pasado no es un lugar, no existe. Solo existe esté presente y el presente
cambia, siempre irreversiblemente. Un día no solo es igual otro, es el mismo
día, solo que las cosas se han movido, por eso viajar al pasado imposible.
—¿Es
decir, el mundo que yo amé, donde viví con mi raza no existe?
—No
hay un lugar donde esté el pasado al que podamos ir, solo existe un lugar y lo
llamamos hoy. Solo está este pedazo de planeta hueco.
—Si
no hay pasado… entonces no existe M —dijo Thalos
muy atento a las reacciones de L.
—Sí.
M ya no existe. Incluso esos bellos recuerdos no existen, son como fantasías. M
ya no es ni siquiera un pensamiento justificable. Basta dejar de pensar en el
para que no sea.
—¿Cómo
Ud.?
—El
pasado solo son ideas, no cosas de verdad.
—Pero
Ud. dijo que vio el pasado en el corazón del Thecnetos.
—Pude
ver cómo estaba el presente antes, vi que M mintió y vi también a Eme, la otra realidad de M. Vi que salió
del universo, sin mí. Y si viajase al pasado, cosa imposible, él no estaría
ahí. Se habría ido.
—Tendría
que salir del universo para hallarlo —dijo Thalos
descuidadamente.
—¿Qué?
—pensó L dentro de Herakón. Y algo en
él se desequilibró de nuevo.
—Sí
—agregó Thalos o la conciencia de L—,
no gustarás de la muerte hasta que lo halles. Andarás errante y fugitivo por la
eternidad.
L prorrumpió en un insoportable gemido,
no por la tristeza que le causaba la memoria de su delito, sino por la
esperanza de redención que se le abría enfrente. Salir del universo... —pensó—
M está ahí afuera...
Sea lo que fuese Thalos, supo que su plan había dado resultado.
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