viernes, 12 de abril de 2024

83 LA GUERRA CONTRA LOS HUMANOS: Algo de sangre

 



13,8 billones de años después del inicio del universo…

Eme me pidió más vida, a pesar de ni siquiera necesitarla por el cuantioso soborno de Anthonio, pero Eme necesita desesperadamente que le demuestre devoción una y otra vez, y nunca se convencía de que lo quería. Solo acaso brevemente lo creía en mis más extremas demostraciones de dolor, solo ahí le parecía ser cierto lo que soñaba, cuando yo sufría más y era adicto a esa sensación, pero esta vez yo se me negué, inseguro pues aceptar o negarme era morir, pero germinaba mi deseo de libertad, ya empezaba a ser libre de él, pero corría peligro. Empezaba a dudar del dios y de mi propio amor. Anthonio despertaba de una pesadilla donde dios no existía, a una vigilia en donde casi no existía.

Eme, vengativo, fue esa noche al Jardín Extraño, que era casi como ir a un infierno, burlándose de mí. A solas imaginé que a estas horas estaba haciendo eso que burlonamente había amenazado hacer. Fue ahí que, a solas, me decidí a volver a ser libre, como me dijo Ahelos debía hacerlo solo, aunque notaba que ahora estaba completamente loco, me curaría a mí mismo. Debía retomar mi camino hasta el hombre nuevo, vencer mis instintos era vencer a esa tiranía bioquímica, y salvarme era salvar a mi raza, esa que debía remplazar a esta caduca humanidad y conquistar el cosmos. Afiebrado, cogí un objeto puntiagudo y filoso entre las herramientas de Eme, esa con la que una vez esclavizado por él, golpeaba con mi debilidad las rocas para desenterrar la interminable Limma.

Temblando por el odio y la locura, anduve ese camino oscuro hasta el Jardín Extraño que mis celos hacían más borroso y sórdido. Una pululación de risas y gritos de dolor anunciaban que ya estaba casi dentro, y en esa nube de fuegos invisibles que era la maldad humana, me hundí.

       Ahí estaba él, abyecto y ruin. Riendo a carcajadas. Feroces carcajadas. A pesar de mirarme muy de cerca, mostraba su minuciosa indiferencia a mi infierno. Y parecía sinceramente contento. Como los ruines seres que lo rodeaban, realmente no era capaz de ver el dolor ajeno. O acaso lo veía claramente sin darle importancia, como la fiera que ve y escucha los más horribles gritos y ruegos de miedo de sus presas sin inmutarse. Sonrió torvamente una vez más y su felicidad me pareció insoportable, pues su sonrisa nacía de ver mi ridícula miseria.

—Me has hecho dejar de ser lo que quiero ser —dije y empuñé el arma. Eme se asustó al ver la seriedad de la situación, mis ojos se torcían hórridos, como las muecas poco elegantes de los desesperados, golpeé con el arma con todas mis fuerzas contra su cuerpo, como antes había golpeado enamorado con todas mis fuerzas esos muros de piedra, para ayudarlo, la sangre empezó manchar sus obscenas ropas y el piso. Bajo su camisa ahora resbalan sus músculos en esa mucosidad roja y una punzada de deseo me mordió en medio de ese rapto de suprema locura.

—¡Esa es la bestia que eres! —dijo casi dispuesto a matarme por el miedo que le cause.

       Varios acudieron a ayudarlo, pero nadie me ayudo a mí, que estaba herido más profunda y mortalmente que él. Fui aplastado a golpes. Y en la oscuro de mi locura sentí que llevaban mis despojos sanguinolentos a un foso a donde siempre arrojaban los anónimos muertos de esas orgias, comunes en ese jardín extraño. Ya yacía entre los muertos, ¿qué tristes historia habrán detrás de esas calaveras y cuerpos como grasientos y negros que se podrían en derredor mío? ¿Qué podía doler tanto como lo que a mí me dolía? Me dormí entre los cadáveres con el corazón comprimido de culpa sin que nadie me compadezca.

Lejos de la razón, solo pensaba en un imposible: lograr que me perdonara y poder, otra vez, intentar salvarlo.

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