90 β I Á S P ¤ R A C Ó S £ I C a[1]
En
otro lugar del espacio tiempo…
–En unos
minutos los haremos pasar, hablarán con el técnico Ahelios y su ayudante. Solo Ud. hable, entreguen los datos y
retírense —dijo a Ayazx y a M, una
androide zombi. Los ojos de Ayazx
resaltaban de joven cinismo mirando la minúscula vida de la androide Nimis. M cogía su mano, tenía una bella
mirada aún limpia y distraída, gravitaba en sus bellas formas cargadas de
pesados músculos y contorneadas en el espacio de fuertes volúmenes, como una
divinidad pura y núbil. La paz en su interior era también intacta. Su mirada se
proyectaba prístina y sin punto fijo, como la de un animal recién nacido a un
mundo que, aunque no sería ese día, poco a poco lo destruiría.
Un
rumor los esperaba dentro de aquel pobre locus.
—… ¿Qué
pasaría si tampoco hubiese datos de su existencia en las investigaciones? —se
oyó decir a una voz púber desde dentro de los viejos laboratorios. La voz que
resonó rebotando en los interiores de M por primera vez era la de L.
—Deberíamos
examinar si hay error —contestó la voz algo más adulta y condescendiente de Ahelios.
M
sintió en la voz de L algo como familiar, sintió como si ese momento ya la
hubiese vivido y él regresara a esa voz, recordándola. Se extrañó. ¿En qué
mundo le había hablado esa voz?
—Según
varios informes están en perfectas condiciones —agregó convencido L, M escucho todo
como quien escucha al viento. Pero su pesada y fuerte espalda empezó a respirar
agitadamente, subiendo y bajando con ansiedad su fuerte estructura. Su amplio
pecho respiraba ahora sonoramente, esa voz, esas formas y colores que eran L,
ingresaron velozmente por los recovecos de su mente y empezó algo que lleno su
sangre y corrió por su cuerpo. Un cambio irreversible en el estado y función de
su molécula germinal, escondida en cada célula de sus limpias carnes,
empezó.
—Es imposible que ya no existan —dijo Ahelios dando por finalizada la
conversación.
—La pareja
de guerreros, Ayazx y M, están
esperando —dijo Nimis.
—Ordéneles
pasar dijo —Ahelios.
La
androide, elegantemente delgada, escoltó a M y a Ayazx.
Ayazx arrogante y despectivo como un felino. M, antes
de ingresar a ese locus, lanzo un
suspiro como preparándose a la epopeya que encontraría en esa habitación y
terminando de exhalar, jalado por la mano de Ayazx, entro a su inevitable destino.
Las figuras grandes y bellamente
dibujadas de los dos guerreros aparecieron entre los equipos de sofisticada
ciencia. Ambos jóvenes, sanos y fuertes, como esos frutos que la naturaleza da
contra el caos y el desorden de lo abiótico, eran la misma anti-entropía de la
vida, frente a la entropía del resto del cosmos, orden, proporción y
sobreabundancia, saludables e hinchados de vida. M fuerte y sereno, con un
brillo de pureza en los ojos, Ayazx
orgulloso de su estatura y belleza. Sus carnes emanaban una sensualidad que
contrastaba con la aséptica y triste tecnología del locus y con sus grises funcionarios, era como si la misma
naturaleza entrara y se mostrara soberbia frente a la pobreza y fealdad de lo
artificial. En Ahelios empezó una
gran preocupación por lo que se infería de aquel descubrimiento, el universo
empezaba morir, quedó más melancólico y notó en su aprendiz L, una rara mirada
atenta a uno de los guerreros.
Nimis entendió que con este
triste descubrimiento algo perderían los demás que ella no perdería y sintió
que le faltaba algo. Ya lo venía sospechando…
–Infórmenos
escuetamente, ¿lograron salvar los archivos sobre animales meta-dimensionales?
—preguntó L a M como si se dirigiera a una cosa y agregó bajando la voz —,
quizás un viejo universo teórico muera con los resultados de su hallazgo y otro
más simple y verdadero se muestre…—agregó repentinamente como queriendo
compartir con ese desconocido, sus esperanzas. Compartir su yo más íntimo. Pero
temió inmediatamente ser incomprendido.
–Sí —dijo
con una profunda e inocente voz M, que veía con claridad en los adentros de L.
Y un riff de testosterona se disparó de sus glándulas suprarrenales llenando
sus mejillas adolescentes de roja sangre.
Por
su lado L vio por primera vez a M ya no como a un extraño, veía su integridad
inédita con una lucidez como nunca había visto a nadie. Y un deseo como el de
un niño o un anciano perdido entre la multitud, empezó a correr hacia él. La ciega mano de M inconscientemente soltó la
mano de Ayazx que lo sujetaban.
— ¿Qué encontró? —preguntó Ahelios.
M,
no lo escuchó, miraba a L por primera vez y su curiosidad se hundía en él, en
su profunda esencia, su molécula germinal había tropezado con otra molécula
germinal que lo completaba, que mutuamente cubrían sus defectos de humanos, con
la que de unirse nacería un dios y con la que la vida llegaría a su perfección final.
Era inevitable que un día esas dos combinaciones existieran y tropezaran. Si
eso fuese posible, pero... Igual la vida dentro de ambos empezaba a desearlo,
ese anhelo de todo lo pasajero de volverse eternidad que no claudica. Y de lo
imperfecto de volverse perfecto. Único fin de la vida: perfección y eternidad
absoluta. Ahí estaban, un paso de acabar esa carrera a contracorriente que recorre
la vida contra el tiempo y contra la muerte.
L también sintió una vana sensación que no
pudo identificar, mientras su respiración se inquietaba y sus ojos brillaban
como brilla la esperanza y la ternura. Algo activó un mecanismo que esperaba
invisible en la parte más primitiva de su cerebro. Algo dormido que había
germinado para tomar el control de su mente y ahora se asomaba por primera vez.
Su respiración se inquietaba. La castidad de su anatomía supo que un infinito
había llegado por él. Y tomaba la forma más pura y profunda de deseo físico en
M. El producto de dos cantidades finitas podría dar un infinito. Solo había que
ejecutar una ardua y melancólica matemática para lograrlo. ¿Eso era amor o solo
genética? ¿Pero quién dijo que la genética era un asunto mortal? La genética
era la doctrina y la teología de un dios omnipotente. Quien no sabe que los
hombres cuando dicen eternidad, muerte, vida, en realidad hablan de genética. Y
con genes se ha escrito sobre la vida eterna y sobre su paraíso.
Sus
ajenos destinos se unían, el pasado que antes parecía carecer de un ingrediente
fundamental recién ahora cobraba sentido. Así el genoma del imposible N ya
existía de modo abstracto en esa triste reunión de dos mortales.
—Phyle est magis cognitibus cuanto cognitio[2] —pensó Ahelios notando lo que pasaba.
Nimis notó irritada que los
funcionarios se distraían, por fin Ahelios
interrumpió.
—Debemos
por fin hablar del informe. Las consecuencias son graves, el universo según
esto desaparecerá pronto, debemos informar al Thaumasios Herakón, entreguen el informe y váyanse —dijo.
Al
recoger el informe de manos de M, por accidente L roso un dedo del gigante,
ambos sintieron esa intensidad del primer contacto corporal. Y una leve gota de
alegría mojó e hizo brillar sus ojos, que miraban ciegos mundos ajenos y ahora
solo mirarían uno común. Una sensación de cansancio y paz intima los inundó,
como ese letargo estático que sobreviene al reencuentro con lo amado y
largamente buscado. Como aquel que sucede al rito atávico de hombres y de
animales. Como esa tristeza o resignación conmovida e incrédula que solo los
desesperanzados sienten cuando, contra todo pronóstico, logran lo que tanto
deseaban, y que habían aceptado imposible de alcanzar.
En
el multiverso, donde viven eternas nuestras conciencias, dos formas que en la
mera temporalidad fueron eracom, L, o
Herakón, se encontraron y unieron
meta-dimensionalmente con Eme, M, Odswarth o Marcos, en una unión más
íntima que la posible en este vulgar universo de materia y tiempo. Aquí abajo,
M y L estaban atrapados en ese burdo universo, de presente, pasado y futuro que
los separaba. Y no alcanzarían aún la felicidad, la belleza y perfección de
aquella forma que germinaba con ellos dos juntos, en las alturas del
multiverso.
Y
se separaron. Pero en ese roce, voluntariamente demorado por ambos, el ritmo
secreto de sus dos corazones dentro de sus pechos se sincronizó. El resto de la
reunión y del tiempo que le queda al cosmos sus corazones latirían sincrónicos uno
del otro, como dos puntos paralelos de intensidad condenados a no apagarse ni
separarse.
Hasta que
el universo, por fin, un día, terminase.
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