sábado, 13 de abril de 2024

90 POST: β I Á S P ¤ R A C Ó S £ I C a

 

90  β I Á S P ¤ R A   C Ó S £ I C a[1]

 


En otro lugar del espacio tiempo…

 

–En unos minutos los haremos pasar, hablarán con el técnico Ahelios y su ayudante. Solo Ud. hable, entreguen los datos y retírense —dijo a Ayazx y a M, una androide zombi. Los ojos de Ayazx resaltaban de joven cinismo mirando la minúscula vida de la androide Nimis. M cogía su mano, tenía una bella mirada aún limpia y distraída, gravitaba en sus bellas formas cargadas de pesados músculos y contorneadas en el espacio de fuertes volúmenes, como una divinidad pura y núbil. La paz en su interior era también intacta. Su mirada se proyectaba prístina y sin punto fijo, como la de un animal recién nacido a un mundo que, aunque no sería ese día, poco a poco lo destruiría.

Un rumor los esperaba dentro de aquel pobre locus.

—… ¿Qué pasaría si tampoco hubiese datos de su existencia en las investigaciones? —se oyó decir a una voz púber desde dentro de los viejos laboratorios. La voz que resonó rebotando en los interiores de M por primera vez era la de L.  

—Deberíamos examinar si hay error —contestó la voz algo más adulta y condescendiente de Ahelios.

M sintió en la voz de L algo como familiar, sintió como si ese momento ya la hubiese vivido y él regresara a esa voz, recordándola. Se extrañó. ¿En qué mundo le había hablado esa voz?

—Según varios informes están en perfectas condiciones —agregó convencido L, M escucho todo como quien escucha al viento. Pero su pesada y fuerte espalda empezó a respirar agitadamente, subiendo y bajando con ansiedad su fuerte estructura. Su amplio pecho respiraba ahora sonoramente, esa voz, esas formas y colores que eran L, ingresaron velozmente por los recovecos de su mente y empezó algo que lleno su sangre y corrió por su cuerpo. Un cambio irreversible en el estado y función de su molécula germinal, escondida en cada célula de sus limpias carnes, empezó. 

 —Es imposible que ya no existan —dijo Ahelios dando por finalizada la conversación.

—La pareja de guerreros, Ayazx y M, están esperando —dijo Nimis.

—Ordéneles pasar dijo —Ahelios.

La androide, elegantemente delgada, escoltó a M y a Ayazx.

Ayazx arrogante y despectivo como un felino. M, antes de ingresar a ese locus, lanzo un suspiro como preparándose a la epopeya que encontraría en esa habitación y terminando de exhalar, jalado por la mano de Ayazx, entro a su inevitable destino.

       Las figuras grandes y bellamente dibujadas de los dos guerreros aparecieron entre los equipos de sofisticada ciencia. Ambos jóvenes, sanos y fuertes, como esos frutos que la naturaleza da contra el caos y el desorden de lo abiótico, eran la misma anti-entropía de la vida, frente a la entropía del resto del cosmos, orden, proporción y sobreabundancia, saludables e hinchados de vida. M fuerte y sereno, con un brillo de pureza en los ojos, Ayazx orgulloso de su estatura y belleza. Sus carnes emanaban una sensualidad que contrastaba con la aséptica y triste tecnología del locus y con sus grises funcionarios, era como si la misma naturaleza entrara y se mostrara soberbia frente a la pobreza y fealdad de lo artificial. En Ahelios empezó una gran preocupación por lo que se infería de aquel descubrimiento, el universo empezaba morir, quedó más melancólico y notó en su aprendiz L, una rara mirada atenta a uno de los guerreros.

Nimis entendió que con este triste descubrimiento algo perderían los demás que ella no perdería y sintió que le faltaba algo. Ya lo venía sospechando…

–Infórmenos escuetamente, ¿lograron salvar los archivos sobre animales meta-dimensionales? —preguntó L a M como si se dirigiera a una cosa y agregó bajando la voz —, quizás un viejo universo teórico muera con los resultados de su hallazgo y otro más simple y verdadero se muestre…—agregó repentinamente como queriendo compartir con ese desconocido, sus esperanzas. Compartir su yo más íntimo. Pero temió inmediatamente ser incomprendido.

–Sí —dijo con una profunda e inocente voz M, que veía con claridad en los adentros de L. Y un riff de testosterona se disparó de sus glándulas suprarrenales llenando sus mejillas adolescentes de roja sangre.

Por su lado L vio por primera vez a M ya no como a un extraño, veía su integridad inédita con una lucidez como nunca había visto a nadie. Y un deseo como el de un niño o un anciano perdido entre la multitud, empezó a correr hacia él.  La ciega mano de M inconscientemente soltó la mano de Ayazx que lo sujetaban.

  — ¿Qué encontró? —preguntó Ahelios.

M, no lo escuchó, miraba a L por primera vez y su curiosidad se hundía en él, en su profunda esencia, su molécula germinal había tropezado con otra molécula germinal que lo completaba, que mutuamente cubrían sus defectos de humanos, con la que de unirse nacería un dios y con la que la vida llegaría a su perfección final. Era inevitable que un día esas dos combinaciones existieran y tropezaran. Si eso fuese posible, pero... Igual la vida dentro de ambos empezaba a desearlo, ese anhelo de todo lo pasajero de volverse eternidad que no claudica. Y de lo imperfecto de volverse perfecto. Único fin de la vida: perfección y eternidad absoluta. Ahí estaban, un paso de acabar esa carrera a contracorriente que recorre la vida contra el tiempo y contra la muerte. 

     L también sintió una vana sensación que no pudo identificar, mientras su respiración se inquietaba y sus ojos brillaban como brilla la esperanza y la ternura. Algo activó un mecanismo que esperaba invisible en la parte más primitiva de su cerebro. Algo dormido que había germinado para tomar el control de su mente y ahora se asomaba por primera vez. Su respiración se inquietaba. La castidad de su anatomía supo que un infinito había llegado por él. Y tomaba la forma más pura y profunda de deseo físico en M. El producto de dos cantidades finitas podría dar un infinito. Solo había que ejecutar una ardua y melancólica matemática para lograrlo. ¿Eso era amor o solo genética? ¿Pero quién dijo que la genética era un asunto mortal? La genética era la doctrina y la teología de un dios omnipotente. Quien no sabe que los hombres cuando dicen eternidad, muerte, vida, en realidad hablan de genética. Y con genes se ha escrito sobre la vida eterna y sobre su paraíso.

Sus ajenos destinos se unían, el pasado que antes parecía carecer de un ingrediente fundamental recién ahora cobraba sentido. Así el genoma del imposible N ya existía de modo abstracto en esa triste reunión de dos mortales. 

 

—Phyle est magis cognitibus cuanto cognitio[2] —pensó Ahelios notando lo que pasaba.

Nimis notó irritada que los funcionarios se distraían, por fin Ahelios interrumpió.

—Debemos por fin hablar del informe. Las consecuencias son graves, el universo según esto desaparecerá pronto, debemos informar al Thaumasios Herakón, entreguen el informe y váyanse —dijo.

Al recoger el informe de manos de M, por accidente L roso un dedo del gigante, ambos sintieron esa intensidad del primer contacto corporal. Y una leve gota de alegría mojó e hizo brillar sus ojos, que miraban ciegos mundos ajenos y ahora solo mirarían uno común. Una sensación de cansancio y paz intima los inundó, como ese letargo estático que sobreviene al reencuentro con lo amado y largamente buscado. Como aquel que sucede al rito atávico de hombres y de animales. Como esa tristeza o resignación conmovida e incrédula que solo los desesperanzados sienten cuando, contra todo pronóstico, logran lo que tanto deseaban, y que habían aceptado imposible de alcanzar.

En el multiverso, donde viven eternas nuestras conciencias, dos formas que en la mera temporalidad fueron eracom, L, o Herakón, se encontraron y unieron meta-dimensionalmente con Eme, M, Odswarth o Marcos, en una unión más íntima que la posible en este vulgar universo de materia y tiempo. Aquí abajo, M y L estaban atrapados en ese burdo universo, de presente, pasado y futuro que los separaba. Y no alcanzarían aún la felicidad, la belleza y perfección de aquella forma que germinaba con ellos dos juntos, en las alturas del multiverso. 

Y se separaron. Pero en ese roce, voluntariamente demorado por ambos, el ritmo secreto de sus dos corazones dentro de sus pechos se sincronizó. El resto de la reunión y del tiempo que le queda al cosmos sus corazones latirían sincrónicos uno del otro, como dos puntos paralelos de intensidad condenados a no apagarse ni separarse.

Hasta que el universo, por fin, un día, terminase.   



[1] Fragmento apócrifo.

[2] El amor es más cognitivo que el conocimiento.

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