Los
rebeldes se apoderaron del Castillo de Metal, los niños juguete se alegraron de
la muerte de su enemigo secreto: el Thecnetos, a manos de su otro enemigo, los adultos.
Pero no de N, esto los decepcionó, pero pensaron que de todos modos era un
resultado positivo, no sabían cuánto se equivocaban. El Gnomon, ambicionaba ver las tecnologías de los Thaumasios, las
exploró con otros técnicos ambulantes, eran tecnologías que no sospechaban, el
ingenio humano llevado al infinito, sin duda los Thaumasios eran genios
y ellos una raza inferior que los había matado, le hechizaron. Aún con cadáveres
repartidos en escaleras y pisos, jugó con las máquinas. Incluso las más simples,
era una lección de belleza y elegante inteligencia, cada una de ellas se derivaba
de la teoría de L y heredaba de ella, su silenciosa perfección. Gnomon se concentró en el telescopio cuántico,
este usaba la red del telégrafo cuántico para ver lugares muy remotos en tiempo
real, y con asombrosa nitidez. Se sobrecogió, pues un telescopio normal solo ve
el pasado, recoge la luz que ha tardado en llegar millones o billones de años a
sus lentes, pero este telescopio aprovechaba la simultaneidad cuántica, el perturbador
principio de entrelazamiento de dos partículas separadas hasta el vértigo, pero
implacablemente simultaneas, absurdamente sincrónicas, y podía ver qué pasaba
en ese momento en otros lados del cosmos, en tiempo real. Esa simultaneidad hacia
al universo uno, pero esa unidad se rompería pronto y el gnomon podría verlo
por ese telescopio.
El Gnomon y su inquieto ayudante
amaru, su propio niño-juguete, uno que
Diomedes le había vendido en lo
remoto, miraron por él una diversidad increíble de galaxias, la mayoría era
como restos de incendios ya apagados, pues pocas estrellas aún estaban encendidas,
solo los iluminaba radiación proveniente de viejos agujeros negros, ya en estado
de evaporación o de otras cosas raras que no se ven en universos jóvenes. Pasaron
toda la noche dibujándolas torpemente en unos cuadernos de dibujo hasta que
cansados y contentos se durmieron.
—Mañana
continuaremos dibujando nuestro mapa —dijo el Gnomon a su hijo amaru.
Ambos durmieron abrazados al pie del telescopio cuántico.
Al despertar el Gnomon,
se enteró de que Abismo ya se había
hecho con el poder, había dado unas órdenes extrañas, pero permitía a su gremio
de tecnólogos empíricos usar el Castillo de Metal y sus tecnologías. Luego miró
al telescopio. Bajo él, diminuto, su hijo temblaba, este había despertado mucho
antes. No era normal, amaru siempre había sido un niño muy valiente y
fuerte.
Cuidadoso tomo el cuaderno de dibujos de sus manos heladas, su hijo
había tachado algunas galaxias, no lo resondró. Pero debía educarlo en ser
meticuloso.
—¿Qué
pasó, hijo? —le dijo.
—Hay
galaxias que ya no están.
—Es
imposible, la muerte de una galaxia puede demorar millones de años… Déjame ver.
Al registrar el cielo lejano, vio todo con normalidad, pero sus
dibujos del día anterior contenían cosas que ya no estaban.
Acaso el frenesí de la pelea los había hecho imaginarlas, pero algo
pesó y golpeó al Gnomon en su
interior.
—Abraza
a tu padre —dijo a su hijo.
Este se aferró a sus manos buscando protección. Con un brazo rodeó
a su helado hijo y se concentró en una galaxia muy pequeña al borde del campo de
visión.
La miró todo un minuto… y vio aterrado, como está, muy lentamente desaparecía.
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