Un trillón de trillones de años después…
Dos figuras pequeñas se
adentran por el paisaje fragmentado del último planeta.
—Creo que hace tiempo que tiene su mapa señor —dijo
Thalos cínicamente—, y no se decide a
encontrarlo. Creo ya no quiere hallar a M ni quiere seguir siendo L.
En el camino supe
que estaba cerca, de hecho, reconocí detalles que confirmaban que
verdaderamente ahí estaría el Emisario, M, o quien sea…
—¿Porque no había
pensado en esos detalles? —dije en voz alta.
—Porque no quieres
encontrarlo —dijo Thalos adivinado
mis emociones.
El corazón me
palpitaba con dolorosa fuerza, un malestar me enfermaba al estar cada vez más
cerca. Algunos edificios se habían derrumbado lentamente sobre un lado dejando
solo integra una puerta de granito. Adentro había algo que se movía lentamente
dentro de lo oscuro. Supe que estaba ahí M y esa verdad me resultó
insoportable. Me sentí aterrado.
—Cuidado con lo que
encuentre señor. A veces es una fatalidad cuando lo que deseamos se cumple —dijo
cruel Thalos.
Al final de un oscuro túnel, sobre un piso de metal sucio
había un hombre pálido, cubierto de negros trapos, había convertido ese órgano
muerto del Thecnetos en su casa y medio de sobrevivencia. Una pobre y sucia
covacha de moribundo. Ya había encontrado a M, aquel que me había abandonado a
mí en un universo agonizante, solo hacía falta entrar.
Di unos pasos lo
más lento posible.
—¿Yo soy quien buscas?
—dijo una voz, pero en esa voz tenía las grietas de una vejez y una
desesperación.
No pude responderle. Ni fui capaz de entrar. Acaso ya no había
ninguna razón para entrar.
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