Un trillón de
años después…
Lejos de las revueltas, diminuto e indefenso sobre la calzada estaba inconsciente n. Su acto de rebeldía había desatado todo el odio contenido de su padre Ayazx, el deseo de matarlo siempre lo aguijoneaba, y ahora se había desatado. Por más que su mente pensó no pudo conectar causalmente su desobediencia con el desproporcionado castigo. Pero debía haber una razón. La buscaba, si la hallaba no tendría que estar triste de que su padre lo odiara tanto. Si existía, pero no la comprendería ese día. Mientras la buscaba, su cuerpo se preparaba para el shock que sobrevendría por la pérdida de agua y sangre. Faltaban pocas horas para que su cuerpo, abandonado en lo desolado, muriera.
Las palabras de Petrock habían
calado en su mente, retumbado sin detenerse una y otra vez en su cerebro, pero ¿cómo
ser libre? Solo quedaba desobedecer, pero al hacerlo supo que de verdad moriría.
La esperanza es algo muy duro, casi indestructible, pero no pasa de cierto
punto de resistencia, esa paliza ya no era un escarmiento, una purga a su imperfección,
su padre había tratado de matarlo, ya no podía negarlo. Solo en el último
segundo se detuvo y lo abandonó a que lo terminara de matar la oscuridad. Al pasar
horas, sin casi oxígeno ni agua, su cuerpo golpeado sucumbía. Si tuviese
fuerzas buscaría el almacén desde donde había sido comprado y donde no había conocido
el hambre ni la tristeza. Caminando podría encontrarlo, preguntando quizás, pero
desmayado no podía ni mover los dedos de una mano. Debía dejar de soñar.
Finalmente, su cuerpo decidió limitar la sangre a su cerebro que se
desgastaba con esas preguntas. Pero pronto también a este le faltaría.
Respirando cada 3 minutos, moría en esa calle lejana y ajena a donde había sido
desechado por quien soñó ser amado. Era cierto lo que dijo Petrock. Su mente no debía ser esclava. Pero su pequeño cerebro
paso a estado de letargo y su corazón se limitó a palpitar tenuemente. Su
sensación del tiempo se descarriló de la normalidad, ahí pensó no se sabe si en
segundos o en horas o en tiempo a la inversa. El tiempo objetivo es relativo,
pero aún más el tiempo subjetivo. No pudo evitar la muerte irreversible de
algunos tejidos cerebrales, esto lo dejaría si sobrevivía aún más inválido y
torpe. Sin duda esa torpeza agravaría el desamor de Ayazx. Al pensar esto el cuerpo de n se esforzó en captar más
aire.
Nimis, fría, deambulaba
perdida y lo encontró: Despreció su abandono. Todas las formas de esclavos y
seres minúsculos, solo sienten pena por los fuertes, incluso por los malos. Mas
nunca se apiadan por los verdaderamente indefensos o los débiles. La suya es
una compasión interesada. Solo los hombres libres y fuertes espiritualmente
sienten verdadera compasión por los desamparados, de los que en realidad no obtendrán
nada.
Otros androides cimarrones también se acercaron morbosamente,
curiosos.
—Pobrecito
—dijo con mal fingida voz Nimis,
esperando proyectar sobre los demás una imagen caritativa. Pero los demás eran tan
gusanos como ella, fracaso tras fracaso su corazón acumulaba y rumiaba odio,
odio impotente. La desgracia de n le causo felicidad y no pudo impedir una inesperada
carcajada.
—Son
los nervios —dijo justificándose. Y continúo riendo ahogadamente. Pero luego Nimis entendió que era improductivo
fingir delante de otros esclavos. Pero ya no sabía hacer otra cosa que fingir.
Fingir y aguantar….
n tenía un número en su brazo, con él su padre podría reclamarlo.
Pero pronto los androides descubrieron que su dueño también era nadie y que
nada sacarían con ayudarlo. No era bueno confesarlo, en un secreto pacto de
miradas hipócritas decidieron dejarlo ahí. Pero la curiosidad no los dejaba
partir. Debían primero ver su muerte. Y sentir que eran mejores y más afortunados
que alguien. Pero detrás, entre las sombras, se formaba una figura alta y
vieja.
Un fuerte golpe de báculo cayó sobre Nimis.
—¡Largo gusanos venenosos! ¡Es mío! —dijo el anciano de la muerte—.
¡Aléjense basura artificial! — continuo el viejo ciego que los había mirado en
secreto y ahora codiciaba ese trofeo. Parecía un vagabundo de esos que vivían
ajenos tanto a la revolución como al dominio de la trans-meta-corporación y su
destino era aún más breve que el de la humanidad. Una vez que Nimis y los demás se fueron humillados,
recogió a n como había recogido ese día otros desechos que luego
vendería. Lo acompañaban unos perros albinos de la oscuridad[1], acomodado
en una especie de carreta semi-automática se llevó a n de ahí. Ya en su guarida
le dio los pobres cuidados que su pobreza le permitía, con un afecto asombrado
y gastado como él mismo, n despertó en una casucha ajena, no se sabe cuánto
tiempo después.
—¿Eres
un niño juguete no? —dijo el viejo ciego al sentir ruidos que indicaban que n había
recobrado la consciencia.
—Sí
—dijo n, y despertó a la lucidez de saber que pudo morir, que era tan imperfecto
que su padre había resuelto desaparecerlo, se sintió culpable de ser así, y vio
la fea anatomía de su anfitrión, era alto y andrajoso, su piel tenía cicatrices
que parecían artificiales. Muchas de ellas vivas como si la vejez de sus carnes
no le permitieran cicatrizarlas del todo. Pero dibujaban ordenados patrones
acomodados a su anatomía como si antes hubieran apoyado equipos o maquinarias.
No eran producto de accidentes, dedujo n.
Tenía dedos largos y algo elegantes a pesar de su origen humilde.
Las cuencas de los ojos las cubrían con una especia de lentes de metal negro y oxidado,
rematados de minúsculas luces rojas. Su único objetivo era tapar las
concavidades, acaso llenas de herida también, las leves luces eran una
tecnología elemental, medían las distancias y así el anciano sabía si se iba a
golpear con algo o si delante había un muro o un abismo, incluso esa pobre luz,
podía identificar aproximadamente qué cosas eran lo que tocaba e informar con
una voz sintética al anciano, n se aterró al notar que se parecía al anciano de
la leyenda que secuestraba niños-juguete, acaso era su modo de subsistencia. Si
no, ¿por qué lo recogería?
—No
temas —dijo y no mentía—, no soy lo que esa leyenda dice. Y tengo un regalo
para ti.
Buscó entre los desechos que acumulaba en su cueva. Cuando lo halló
lo acercó a n, era una cajita ya vieja con un botón metálico en su parte
superior. Este no atinaba tocarla. No había conocido el gusto de los juguetes
en toda su vida. Pero el anciano ciego lo animó paciente. Astucia y paciencia
son las armas del viejo.
—Sin
miedo. Tienes derecho a jugar, aunque también tú seas un juguete.
n apretó el botón plano y sonó un leve clic. Un zumbido del pobre
mecanismo empezó. Luego de un rato la caja soltó sus goznes preparándose para
ser abierta.
—Aprieta
una vez más —dijo el misterioso anciano cálidamente, n la abrió ya entregado a
una curiosidad tímida.
Al
abrirla se asomó de ella una mariposa azul muy grande, de sutiles reflejos
metálicos, luego salto y empezó a revolotear. Era una mariposa artificial de
destellos iridiscentes. Con eso el anciano ganó un poco de confianza de n.
—Si
me ayudas a no tropezar podremos vivir juntos. Soy casi ciego. Pero pronto lo
seré totalmente. Estas gafas que me ayudan a ver, un día se estropearan y no
hay como remplazarlas. No correrás peligro como los que ya has vivido. Ya sabes
que tu dueño intentó matarte. Lo ha intentado toda tu vida. Y un día lo
logrará. Soy pobre, pero no es necesario no serlo. La vida del hombre es
simple, satisfacer las necesidades fundamentales es sencillo. La vida, la felicidad
está al alcance de todos en realidad, no sé por qué luchan y se matan tanto los
jóvenes por complicadas ambiciones o sueños quiméricos. Igual todos van a morir
hagan lo que hagan. Y van a vivir hagan lo que hagan. Como esa mariposa. Vivir
es sencillo. Solo basta dejar de soñar para empezar a vivir.
n no contestó. Pero entendió todo a cabalidad, a pesar de su corta
edad su mente lograba reconocer las sutiles diferencias entre los fenómenos,
pero siempre callaba, por desconfianza de sí mismo y por precaución.
El viejo lo sabía, y le dio simples cuidados que necesitaba,
nada más hacía falta. Y ese leve cariño que aún conservaba en su viejo corazón,
nada más hacía falta. Pero nada llenaría ese hueco que se formó en n al saber
que lo que más amaba decidió su fin. Solo quedaba una pregunta eternamente sin
responder: ¿Por qué?
[1] La poca fauna de aquel mundo era albina e incluso trasparente dado lo inútil
de la pigmentación en la oscuridad del universo, excepto la artificial que
exhibía normalmente estridentes y vulgares colores.
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