Un trillón de años después…
Luego
de un sueño sin imágenes, Herakón
despierta sobresaltado, recuerda que la máquina dijo que él iba a morir pronto,
que su verdugo ya se acercaba a él implacable, cada día estaba más cerca, no
debía preocuparlo, no debía importarle, pero… o sea él, ¡el hombre que
construía la máquina que salvaría al mundo moriría!, un horror vacío lo llenó, ruidos
y fugas intranquilizadoras en el ambiente, y se hacía más frenético. Atravesado
de cables demora unos segundos en aceptar que el mundo es esa realidad donde él,
Herakón tiene un destino preciso y no
el vacío totipotente del sueño, siente que este horrible mundo existe
lamentablemente. Durante ese minuto ambiguo en que la consciencia se desenreda
y releva de la otra personalidad que algunos llaman inconsciencia, de la que el
Thaumasios Herakón diurno nada sabía,
pues son dos mentes incomunicadas. Durante ese minuto, las dos inteligencias de
Herakón se rompen y separan como
amantes que ya no se quieren. Y en ese tránsito a su otro yo, en el que como el
animal que muda de piel se hallaba más vulnerable y desnudo, Herakón sintió ecos de no solo esa otra
personalidad del sueño, sino de otro remoto eracom,
ese que se hallaba ahora en las profundidades inalcanzables del pasado o de la
eternidad y que dejaba caer sobre el Thaumasios
pedazos de su despedazado destino. ¿Quién era ese otro? ¿Herakón también había sido él? Se preguntó.
Pero pasados los segundos ya es íntegramente el Thaumasios Hekantokeinos. Lo primero que notó fue que el Thecnetos estaba
siendo ferozmente atacado desde afuera por una torva humanidad esclava. No era
nuevo.
Muchos esclavos eran en realidad saboteadores y esa sórdida
religión sobre el hijo de L, increíblemente habían ganado poder, la trans-meta-corporación
había cedido un poco derrotada por sus esclavos, en el caos solo algunos
fanáticos creían todavía en el Thecnetos, pero su trabajo era tan supersticioso
y errado como el de sus enemigos, el resto de la humanidad se entregaba a sus
últimos días en un caótico afán de vivir…
Ahora acababa el ruido, otra revuelta derrotada. Una relativa calma y paz. Pero en las
profundidades de esa calma, Herakón
noto el fin, levantándose desde múltiples puntos de ese universo frío y
agónico.
Y de pronto, como sucede en los que despiertan luego de pensar
dormidos un problema angustioso, Herakón
vio en su mente la clave que buscaba. Antes de que se escabulla en la vigila y
se desvanezca en la conciencia, se concentró en atrapar aquella revelación
inconsciente, ya la tenía asida en la vigilia. El Herakón que soñaba siempre lo había sabido ahora se lo revelaba: el
código para hacer funcionar al Thecnetos ya estaba en su mente, solo faltaba
ponerlos en sus manos. Sería fácil, un hueco grito y una horrida carcajada
mortal, inundó y colmó todo el espacio metálico del Castillo de Metal.
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