13,8 billones de años después del inicio del universo…
Volví
muchas veces al Jardín Extraño, y para ello, mentí muchas veces. Mi muda
presencia como testigo de aquel mundo oscuro no pasó desapercibida. Eme ya sabía de mí, todos ya sabían de
mí, solo yo no sabía nada de mí. Pero ahí lo descubriría. Eme pensaba
que era inminente que un día ese secreto forastero se le acercara, Eme estaba muerto en vida, pero se
impacientó de mi indecisión y demora. Finalmente pasó, torpemente lo interrumpí
en una, acaso, sucia conversación de rufianes.
—Quiero… quisiera
me permitas...
Eme me alejó de los demás
para darme confianza. Era parte de su plan.
—¿Qué? —dijo
empujándome a ser más sincero.
—Pero, en
realidad…
—Háblame
sin miedo, también te he estado esperado —dijo confesando su impaciencia.
—Desearía
conocerte, es decir, profundamente. Perdón, empecé mintiendo, ofreciendo una amistad,
pero creo no es lo que siento —dije descubriendo por primera vez lo que buscaba—.
Pienso en ti continuamente, desde antes de conocerte, y solo quiero dejar las
fantasías que tejo interminablemente sobre ti y que sueño incesantemente, quiero
desengañarme, deshacerme de tanta irrealidad, envilecerte, conocer quién eres
de verdad… pero… si hay alguien en su vida, alguien importante, dímelo para
volver para siempre a mi mundo y empezar a olvidarte... —ahí enmudecí, había
dicho tantas tonterías sin coherencia a un extraño.
—No hay
nadie, rodeado de tantos, estoy solo, como todos —dijo Eme impactado e incrédulo
de tan rara forma de hablar, de tan extraña forma de querer, pero deseó creer,
y en esto cometía su primer error.
—¿Me dejas
conocerte entonces?, es más pido permiso para cortejarte.
Eme frunció el rostro con
pena de sí mismo, con esa incómoda conmoción de aquellas pobres personas que
jamás recibieron un regalo o un halago, y ahora, al recibirlo por vez primera
vez, los sobrepasa y conmueve al punto de parecer malagradecidos. Claro que era
deseado, a diario, es más, ese era su negocio, pero esto parecía distinto. Ese
fue su segundo, pero no su último error.
—Sí. Te lo permito ¿realmente sientes lo que dices
sentir por mí? —dijo y sonrió lleno de felicidad compasiva por mi torpeza. En
ese segundo creyó totalmente en mí. Y el dios que cuidaba Anthonio abrió
los ojos reviviendo.
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