viernes, 2 de febrero de 2024

50 LA GUERRA CONTRA LOS HUMANOS: El insomnio es la incapacidad de olvidar o Colmena y Wilson

 

13,8 billones de años después del inicio del universo…

Hans Hahn me dejó solo. Así observé al hombre del sueño en secreto. La intoxicación había convertido esa sórdida reunión en un frenesí de actos de tosca animalidad, entregada a sus más desesperados deseos. La otra especie aprovechaba que él se desvanecía de embriaguez para tocarlo.

Ahí creí ver algo que no sé si era verdad o un sueño de mi recuerdo, en el rostro endurecido de aquel Etaires vi un velo infantil de conmovedora desprotección, incluso de una oculta ternura, acaso yo alucinaba embriagado también como el rufián.

Preso de un sutil deseo, yo me entristecía y noté que el robusto gigante abandonaba aquel sótano como ahogándose.

En secreto lo seguí por la vacía calle. El melancólico Hans Hahn presenció todo en silencio. Lo había visto tantas veces y sabía que de nada serviría que me ofreciera su ayuda. Forcejeando o empujado por los deseos y manos que lo retenían, el hombre del sueño se liberó y escapó del Jardín Extraño. Por entre los recovecos lo vi avanzar a solas por la oscuridad, sus pasos quebraban el silencio de esa ahora, lejana noche, hasta que se encontró, ya lejos, con su meta, finalmente lo vi pararse frente a un masivo edificio negro, una colosal construcción oscura arrodillada por el colapso de sus pisos inferiores, pero el resto subía enhiesto hasta una vertiginosa altura, una monumental construcción entre dos avenidas que se cortaba como dos como cicatrices, se elevaba ahuecado de habitaciones negras, sostenía y atravesaba el precario cielo de tierra y rocas que cubría Limma, nuestra ciudad subterránea. Y acaso las traspasaba, y sus pisos más altos llegaban a la conjetural superficie y recibían la fría caricia de la noche invisible.

Lo vi minúsculo bajo ese coloso. Lo espié anónimo en esa alta hora de soledad y lo vi deambular solitario lejos ya del ruido y la vil orgía, se detuvo de pronto al sentir delante suyo la masividad de ese enorme edificio negro, carcomido de habitaciones como de cuencas huecas de un múltiple ciego. Este gravitaba como un colosal astro delante de él, su monstruosa masividad hizo detener al gigante ebrio y asustado que se debatió a solas consigo mismo.

Quieto, lo vi solo en ese helado y petrificado segundo, lleno de patética humanidad. Es decir, de la fugacidad endeble de todo lo que respira, lo pequeño frente a lo enorme, lo efímero frente a lo eterno. Y yo, aún más fugaz, aún más minúsculo frente a ese acromegálico hombre, cuya sombra titubeante, se estiraba hasta rozar mis pies. El mundo, la humanidad, la materia helada, todo me hacía aborrecer la realidad. Ahí sentí cuán solo estaba él, y cuán solo estaba yo… y cada uno de nosotros.

En esa soledad se abrazó a sí mismo desesperado, lo rodeaba un universo agrietado e indiferente. Desvelado de noche, se llenó de un dolor fiero e intenso, una vieja escena infantil que le enseñó que el mundo no lo quería, volvió a él. Todos sus enemigos ya habían muerto, pero el daño que le habían causado no lo dejaría nunca, ahí estaban invencibles y eran los únicos que acompañaban su desprotección: madre, padre, un infanticidio no consumado, el desamor eran los signos borrosos de esos enemigos remotos que habían hecho todo por destruirlo. Y ya muertos, no cejaban en su plan destructivo. Cuando los padres te abandonan, ya nada vale. Ya todo está perdido. Y luego viene la vida del pornoi y algo parecido a los sentimientos: el deseo, que nunca se convierte en amor. Sin dejarme ver sentí un amargo llanto frenado en su garganta. Una desesperanzada angustia de saberse en ese momento y en esa realidad.

Derrotado por la inmensidad que lo rodeaba, ajena e indiferente, se miró los zapatos. Como eternamente. Después llevó una mano a su cara para frenar el sollozo que venía con ímpetu.

Semejante al dolor que yo sentía de ver inalcanzable su belleza, frívolo y bajo de desear físicamente a un ser tan destrozado. Vi su espalda ancha, su nuca, desmesurado, bello y terrible desde todos los ángulos. Después inofensivo y huérfano, incapaz de hacer nada más que mirarse tontamente los zapatos. Como hacen los seres ya derrotados.

       Ese segundo jamás podré borrarlo de mi mente, nunca había visto con tanta claridad a la humanidad. A la verdadera humanidad, no la utópica que me enseño Ahelos. Había también una pobreza en la mente de ese hombre grandote y hermoso, que me llenó de piedad y de culpable desprecio por mí mismo. Era como ver a un astronauta perdido entre gigantes astros fríos e indiferentes de su agonía. Todo el universo mismo participaba en ese alto instante de soledad. Su cuerpo, su ancho cuello, esa respiración desasosegada e inconsolable, el frío que nos rodeaba, las piedras, todo el universo era real e insensible. Y yo inútil, lejos de él para siempre.

Aún nuestras vidas estaban separadas y ajenas, paralelas, poco faltaba para que se crucen y unan. Incluso más allá de nuestras vidas que acabarían pronto. Ahí empezaba a unirse algo que permanecería buscándose una eternidad. Incluso años después de que fuéramos todos borrados en estas guerras contra la humanidad. Guerra que perderían los hombres por culpa mía. Pero nunca podría tocarlo o estar cerca realmente de él, incluso más allá de nuestras breves vidas. Ahí empezaba algo que permanecería buscándose una eternidad sin encontrarse jamás.

       Ese día entendí algo de no puedo poner en palabras. Comprendí no del modo usual, o sea dialectico, algo de lo que las palabras son instrumento, acá era directa compresión. Dicen que el amor es el modo que dios mira a los hombres y que es la forma más nítida y profunda de conocimiento, de epistemología. Ahí entendí la palabra en el manuscrito llamado Thecnetos que traduje y por fin entendí. La palabra amor. Y ahora empezaba a revivir nuestro viejo dios del que me creía ateo.

Eso sentí, y sigo sintiendo, mientras miraba a Eme, así supe que se llamaba después, que no resolvía la duda que lo paralizaba, en ese alto momento de soledad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario