Un trillón de años después. Al borde del límite entrópico[1]…
Amil-Urep. Las civilizaciones
que aún sobrevivían se unieron a mirar el abismo que estaba delante de ellas y
que los devoraría. Pero tenían al Thecnetos, aunque aún dormido e incompleto.
El creador había muerto, pero tenían a su clon epigenético para terminar el
trabajo.
Un hondo sonido retumbó, como si el fondo del universo se
desfondara toscamente, era la aceleración de la expansión del universo
rompiendo los límites más lejanos del cosmos.
Y de ese fondo venía aceleradamente una nave descomunal y negra,
era toda ella una gigantesca y múltiple arma, diseñada para destruir la ciudad.
Estallaron las sirenas en Amil-Urep,
largas columnas de luz se elevaron para ver en la negrura al enemigo. Pero este
era todavía un punto lejano y a una gran altura, el humo que se debatía en
torbellinos no dejaba verla, pero esa nave apuntaba al Castillo de Metal, en
cuyo centro se armaba al Thecnetos. Pero ¿De dónde venía? ¿Quién la enviaba?,
ya habían acabado las guerras, y no había en todo el cosmos otra especie que la
humana. Ahora el enemigo era la nada, no el hombre. Al saberlo, de la ciudad
salieron contingente de naves y armas.
La negra nave ya caía en picada sobre la ciudad, aunque a gran
altura todavía, era tan grande como el Castillo de Metal y a cierta altura
empezó a desarticularse en diversidad de artefactos, bombas, núcleos de radiaciones,
fábricas flotantes de veneno químico y autómatas suicidas de diverso tamaño, que,
suspendidos en el aire, caían sobre la ciudad, formando una nube oscura, aunque
lejana, como una lluvia negra que recién se condensara anhelante de llover y
morir sobre Amil-Urep. Una miríada de
vertiginosas naves salieron de la ciudad y ya subían a interceptarla y a
combatir con ese enemigo, como una lluvia inversa de violento metal.
Los primeros pilotos se hundieron en esa nube de artefactos y
empezaron a atacarlo, era normal que todo ese primer grupo muriera, cosas artificiales
saltaban sobre ellos desorientando su vuelo y haciéndolos chocar.
Pronto se notó que no había nadie en esa nave, la misión era hacer
estallar su cargamento, miles de veloces naves aguijoneaban traspasando esa
mortífera cosa en caída libre.
—¿Quién
ataca? —preguntó el pequeño fvogelfit
a su padre Petrock desde la parte
trasera de la nave.
—Nadie
lo sabe, y no es la primera vez. Acaso el mismo universo ha creado ese enemigo
contra nosotros. Es antinatural lo que tratamos de hacer —contestó el hercúleo Petrock mientras atravesaba y eludía
vertiginosamente ese caos que se desplomaba sobre la ciudad, haciendo volar
todo lo que podía en esa masa cayente.
El cielo sobre Amil -Urep
ya era todo fuego y explosiones por la batalla. Había tardado en despegar, pero
frenéticamente ascendió la afilada nave de Ayazx.
Se hundió gritando de viril emoción en medio de esa explosión múltiple
destruyendo más enemigos que nadie. Pero ningún enemigo murió.
En tierra su hijo, n, que tenía prohibido subir a la nave esperaba
inmóvil y avergonzado, preocupado. A pesar de la defensa, miles de artefactos
venenosos o explosivos cayeron alrededor de él haciéndolo temblar de miedo. Quizás
su padre espera regresar y verlo muerto. A pesar del terror que le causaba,
hubiera querido acompañar a su padre en la nave, como hacían todos los hijos de
los guerreros, pero Ayazx no se lo
permitió para que no lo estorbe. Caían múltiples cosas sobre el Castillo de Metal.
La ciudad se hubiera incendiado si no se hubiera quemado ya tantas veces antes.
Los muertos eran miles, pero el Thecnetos seguía intacto, y se registró
en él un pequeño movimiento, los daños al Castillo de Metal se consideraron
minúsculos y los de la ciudad no importaban. Aquella arma de todos modos era
primitiva, su tecnología era arcaica y fácil de enfrentar. No hubo prisioneros
pues nadie la tripulaba. Fue una pelea a solas. Los soldados sobrevivientes
bajaron a sus rutinas, una tenue y lenta lluvia de fragmentos negros de su
enemigo ya destruido caían sutilmente acariciándola.
Arriba, el cielo era arañado de delgadísimos hilitos luminosos,
eran unas pocas armas destruidas fácilmente. Abajo, casi ocupando todo el
espacio, se alzaba terrible el Castillo de Metal, en cuyo corazón de hierro se
construía al Thecnetos.
Dos altas y
voluminosas figuras se aproximaron al temible edificio, dos descomunales
guerreros, cuyas voluminosas carnes oscilaban al moverse, los acompañan dos
siluetas pequeñas, sus respectivos hijos, tan disciplinados como ellos y
vestidos también militarmente. Llegados finalmente a su destino, se presentan y
unen al regimiento que protegía los laboratorios del castillo.
—¿Qué hacen esos Thaumasios?
—dijo la alegre voz de fvogelfit a su
padre, un guerrero de mirada disciplinada y limpia.
—Construyen la muerte —respondió Petrock al vivaz niño.
—¿El Thecnetos? Nuestro enemigo —dijo lleno de emoción
ávida de aventuras fvogelfit.
Ayazx miró la casta belleza de Petrock y para iniciar la amistad
comenta a Petrock y a su hijo sin
dirigirse al suyo:
—Esos pobres técnicos tienen su quimera, el Thecnetos,
pero es una máquina impotente como su creador que ya es polvo, jamás despertará.
Lo abiótico se prepara para tomar el protagonismo de este universo. Y
perdernos. Esa cosa enviada por lo invisible es un anuncio. Y es lo mejor.
Casi a solas de los demás, n, hijo de Ayazx se siente apesadumbrado y lejos
del grupo, sobrevivió, pero eso no parecía importarle a nadie, sus ropas
militares no asientan con su aspecto débil, con dudas su mano infantil busca la
fuerte mano de su padre. Trata indeciso suavemente de tocarla, pero una vez que
se anima a sujetarla tímidamente, Ayazx
fastidiado lo rechaza bruscamente.
Adentro del hermoso y
terrible Castillo de Metal los terribles Thaumasios
Hekantokeinos, dueños del mundo, conversan:
—Acaso en sus restos
aún quedan algunas ideas más, la mente no es más que semántica bio-química y
tarda en descomponerse, por eso los recuerdos duran más que la vida misma —dijo
Orf, uno de los sabios Hekantokeinos
a Herakón delante de cierta materia
en descomposición muy avanzada, un fétido tejido atravesado de cables. Ese grupo de Thaumasios venidos de otras meta-corporaciones trabajaban
denodadamente para rescatar del cerebro muerto de L, algunas ideas grabadas en
sus tejidos cerebrales, ideas que les permitan revivir a la gran máquina inútil.
El diseño del Thecnetos era minucioso pero incompleto y no había forma de crear
esas partes faltantes del manual que había dejado el creador, ahora muerto. Cuando
L murió, su cuerpo se descartó sin ceremonias, pero cuando el Thecnetos ya construido
se mostró inerte cundió la desesperación, años costó encontrar sus restos en lo
helado y oscuro del Aether, pero se buscaron
con la esperanza de completar el diseño. La red neuronal despedazada de este era
copiada en sistemas informáticos, pero la descomposición solo había dejado
frases y balbuceos caóticos, escombros de una mente. Con ellas un programa rompecabezas
dedujo ideas y pensamientos, pero eran un conglomerado caótico de emociones
atravesadas de pensamientos racionales en lucha y contradicción tortuosa, ese
laberinto mental era más informe que el manual para hacer al Thecnetos y
contenía misterios mensajes e inútiles prosas, incluso poesías, pocos sabían
cómo podría ayudar al desesperado plan de salvar a la humanidad, pero no había
otra vía. Fue Herakón al que se
encomendó completarlas y perfeccionarlas. Los métodos debían ser radicales y
una parte de esas ideas, es decir de la mente del Thaumasios muerto L, se grabarían en el núcleo más íntimo del
Thecnetos y también en el mismo cerebro de Herakón,
aunque en desorden y despedazas por la muerte y por la personalidad ya quebrada
de aquel Thaumasios. El trabajo de
los científicos lo custodiaban cientos de guerreros como Ayazx, acompañados siempre por sus hijos-juguete.
Ese día se fundía la
mente de Herakón con esta información
para que lograra ser más eficiente en comprender un modo de despertar al
Thecnetos. Herakón obedecía, perderse
a sí mismo un poco no le debía importar. El yo no importa, solo la
función.
—¿Qué se hizo con el cuerpo de L? —preguntó fvogelfit a su fuerte padre.
—Fue descartado —respondió Petrock con alguna compasión por aquel técnico muerto del que todos
hablaban—. Pero se pasaron algunos de sus recuerdos y emociones a la mente de
una máquina y de ahí pasarán a la de Herakón,
este perdería su personalidad en el experimento. Pobre anciano.
—Tendrá un yo híbrido…
Ese L nacerá un poco dentro de él —dijo asombrado y emocionado el niño-juguete, luego con esos ojos redondos y
traviesos miró la soledad del niño-juguete n, verlo detuvo su entusiasmo, y
compasivo, quiso darle su amistad. De hecho, lo reconocía.
—El viejo Herakón no sabrá quién es desde este día
—agregó sádico Ayazx con un cierto
regusto por la desgracia ajena.
Fvogelfit abrazo las fuertes piernas de Ayazx,
que pronto se convertiría en eromenos
de su padre, entusiasmado por la fantástica ciencia que ahí ocurría. Ayazx simpatizaba con los niños, le
acaricio la cabeza al sentir los fuertes bracitos y rio indisciplinadamente, el
suyo era tan insípido, no reía nunca.
—Aceptaré eso —dijo el
Thaumasios sujeto por dolorosas tecnologías— pero pídales silencio a los esclavos —agregó,
detestando la anarquía que reinaba desde el surgimiento de la endeble
trans-meta-corporación.
Avisados de la orden por otros recios
gigantes, Ayazx cargo cariñosamente
en sus hombros a fvogelfit y los 3
abandonaron la sala principal. Harían guardia afuera. Aún debían obedecer. Aún
eran esclavos. Pero no había seguridad de hasta cuándo. Como el universo, esa
sociedad tambaleaba y perdía su estructura, n los siguió a cierta distancia, le
costaba pues sus piernas enfermas no eran tan veloces como las de aquellos, pero
no debía alejarse mucho o Ayazx le
lanzaría una terrible mirada, n más que acompañar a su padre simplemente lo
esperaba siempre cerca, con el anhelo de quién ha aceptado amar a quien no lo
quiere o con la taimada táctica de los desahuciados que se obligan a querer a
los que los ignoran. Su vida dependía de ello.
Debajo de todos estos personajes
minúsculos, el Thecnetos dormía y se agitaba invisible en su inerte sueño
trans-dimensional. Si no despertaba la humanidad se perdería. Y si despertaba
también.
Él era ese
abismo que todos miraban y cuyos ojos permanecían siempre cerrados, y acaso
solo se abrían cuando esos hombres, perdidos en sus anhelos, le daban la
espalda.
Pero mejor será contar todo desde el
comienzo…
[1] Época que alcanza todo universo cuando el desorden termodinámico es
casi total y ya no hay energía libre para ser usadas por las máquinas o por los
seres vivos, aunque persisten aún la materia y el tiempo.
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