lunes, 15 de agosto de 2022

9 VIAJEROS DE LA ETERNIDAD: El Amor es un hueco que se quiere llenar.

 

 


Trillones de años en el futuro…

 

Ahí, en las alturas multidimencionales, donde yo era el mismo Thecnetos estaba separado de lo que una vez amé y que me hizo volver a nacer. Desde aquel lugar remoto donde no hay tiempo ni espacio regresé. Desde donde solo lo eterno e incorruptible existe, desde la misma belleza y verdad inmaculada caí por ti. Desde las alturas de lo eternamente inmóvil, de eso que solo sus sombras, nosotros, se mueven, devienen, nacen y mueren, rodé y me corrompí, bajé a ser la sombra de la sombra de ese ser que mora en la inmaculada eternidad. Fui arrojado del Thecnetos otra vez al mundo pues la eternidad perfecta estaba vacía de lo que yo amaba. De ti. ¿Y para que te necesitaba? casi no lo sabía, lo recordaré al encontrarte. 

Deje soñando al Thecnetos ya libre de mí. Y fui libre otra vez y este se perdió quizás de sí mismo. Como un barco que surca errante la meta-dimencionalidad del ser, se fue alejando y hundiendo en las alturas meta-dimensionales. No sabía que el sueño del Thecnetos encerraba también una pesadilla. Un mal sueño que yo debía soñar antes de alcanzarte. Emergí trabajosamente a la superficie y luego abandoné las ruinas del Oceanus. Por estos paisajes extremos de soledad, comencé a buscarte, pero nunca olvidé la invitación que la eternidad me hizo en su seno, ser otro L. Ser un dios. Olvidé pronto, la tentación de ser uno con él y ser de algún modo lo que fue mi enemigo: el Thecnos-Herakom, un guardián abstracto del este dios vacío, de esta infinita inteligencia sin mente que llamamos Thecnetos. Y he aquí, no lo sospechaba, que ya han pasado cientos de años y sigo en este lento atardecer del mundo; uno que empezó con un estruendo y ahora se pierde en un susurro. Un susurro que se confunde con los ecos de tu voz en lo lejano de mis recuerdos.

Creí que te alcanzaría inmediatamente. Pero pronto descubrí que buscaba en un laberinto y siempre regresaba, como en un círculo, a mi soledad. Con los siglos se me ha ido desdibujando la esperanza. Las cartas, el amor, ¿Qué eran realmente? De eso ya hace tanto tiempo. También he notado que el Thecnetos se muere bajo mis pies, pero es un ente tan enorme que demorará siglos en morir, no sé si yo muera primero y él quede a solas, o él muera primero y yo cuide su solitaria agonía, sea antes o después con él acabaremos todos, los que fuimos recuerdos abstractos de una humanidad, pasaremos a ser artificial olvido, seremos la nada misma, sin interior ni exterior, sin relación a ninguna cosa, sin ubicación ni duración.

Pero antes de cualquiera de esos desenlaces yo he de encontrarte. Mas no sé cómo lograrlo sino solo andado y andando. El Thecnetos se retuerce en sus interiores, se le abren grietas que forman profundos abismos artificiales entre los desiertos, mostrando los terribles engranajes del mundo. El Oceanus y el desierto se confunden y parten, pero en todas partes está la dura falta de M, que me espera o acaso también me busca. O acaso también me olvida. ¡Por qué el mundo habrá de ser tan grande! En su despedida, el Thecnetos exhibe una noble clama, una estoica indiferencia.

Las formas siempre cambian en este mundo aunque muy lentamente, por lo tanto el ser mismo no tiene forma, estas se pierden pero el ser sigue. Las cosas son solo un incidente de su eterna metamorfosis. Y el Emisario ¿también habrá cambiado? y yo ¿seré reconocido si acaso lo encuentre? O ya es tan distinto y yo tan otro que aun cruzándonos no nos habremos de reconocer. Acaso yo ya desaparecí y solo queda el Thecnetos y yo soy solo uno de sus desvariados sueños informes, buscando y buscando lo que ya no existe.    

Las cosas son el modo en que el ser se presenta en el tiempo, no solo yo caí desde la eternidad para envejecer y morir, también el cosmos fue una vez puro y ordenado y de repente empezó a degenerar[1] y de su lenta muerte, de ese desorden, cada vez mayor que llamamos tiempo surgió la vida, los humanos y este planeta. Como los gusanos nacen de los cadáveres, somos hijos de la muerte del cosmos. Comiendo el desorden de un universo expulsado de un paraíso meta-dimensional perdido, exiliado del multiverso que lo engendró y expulsó, acaso por un grave pecado.

¿Quién soy si ya no soy L?, ¿Quién nació realmente? Si mi molécula germinal era la misma que la de Herakón, ¿acaso no nació él? y acaso, aunque muerto, ¿no podría un día, si me descuido, nacer de nuevo en mí?

No importa, soy, siempre, ausencia de ti.  Y por eso soy yo. Una ausencia que me urge. El amor es pues un hueco que se quiere llenar.

El tiempo, tantas veces diluido, se le escapa al mundo, se escurre por las grietas mismas del ser. Indiferentes, las ruinas y los desiertos me ven buscarte y los últimos susurros de lucidez de mi mente murmuran que me miento a mí mismo. Que en el fondo sé que ya no estas. Que no es posible que estés. Muerto el Thecnetos, muerto el Theknos-Herakón este mundo solo deviene caóticamente, rumbo a cualquier parte. M ya no puede ser un Emisario y debe haber muerto por ello. Pero yo persisto, mi inteligencia persiste y no siente pena por mi inconmensurable frustración. No sé si mi inteligencia es esclava o tirana de mi corazón. Pero a veces no quisiera ser marioneta de ninguna de ellas, y solo deseo deambular sin objetivo, esas veces es cuando más lejos estoy de ti, pero vuelvo pronto a ese ningún lugar que es la esperanza. Los siglos giran sobre sus inertes criaturas, me perforan, secan mis sueños, ahora, cerca de ser completamente lúcido de mi fracaso, solo ando para apresurar el desgaste del mundo. Pero pocas cosas son más duras e indestructibles que la esperanza, por pequeña que esta sea. Y pensar que rechacé la eternidad para buscarte y para salvar a esta humanidad hipotética. Lo haría mil veces, por sentir como sentí antes, esa ternura carnal que los dioses no conocen, por tus ojos, que encerraban un universo o que al cerrarlos, lo negaban. Por eso que juntos formábamos que ya no era ni M ni L, acaso era eso que completo, era más que la suma de dos minúsculos hombres: un infinito dios.

Los primeros años lo sospechaba: M debe haber desaparecido y no queda suficiente tiempo para que nazca de nuevo en esos juegos de azar del Thecnetos, que aún hace nacer de vez en vez hombres, pero ya no los sustenta pues los mekhanes son inservibles. Así he visto y acompañado a los nuevos hijos del Thecnetos nacer y morir en el mismo día. Yo he sido el ángel de esos hombres de un solo día de vida, nacidos sin destino y acompaño su veloz muerte. Algunos escucharon desconcertados la historia del mundo antes de dormir de nuevo. Otros recordaban precariamente haber sido otros. En esas breves horas yo viví para que tengan idea de lo que es el mundo y con ese trabajo yo recordaba también quien era yo y para que había vuelto a nacer. 

Pero después de unos siglos el Thecnetos ya no parió más hombres y me supe otra vez solo. Esta vez completamente solo. Único tripulante de los últimos tramos del tiempo de un universo que se jacto de tener millones de mundos y trillones de años para malgastar y ahora era un pensamiento, una minúscula ausencia lejos ya de lo que una vez fue.

Este unánime atardecer se hace más y más oscuro y el tiempo se hace más delgado y frágil.

Así que esta era la vida eterna, pues también la eternidad llega a su fin. Pero entre la oscuridad cada vez más espesa yo todavía te busco.



[1] El tiempo es aumento de entropía o desorden, por eso podemos coludir que, en su origen, el universo era orden infinito. El bigbag significo entonces el comienzo de la degeneración del universo. Su meta: el desorden total.

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