Trillones de años en el futuro…
Ahí, en las alturas
multidimencionales, donde yo era el mismo Thecnetos estaba separado de lo que
una vez amé y que me hizo volver a nacer. Desde aquel lugar remoto donde no hay
tiempo ni espacio regresé. Desde donde solo lo eterno e incorruptible existe,
desde la misma belleza y verdad inmaculada caí por ti. Desde las alturas de lo eternamente
inmóvil, de eso que solo sus sombras, nosotros, se mueven, devienen, nacen y mueren,
rodé y me corrompí, bajé a ser la sombra de la sombra de ese ser que mora en la
inmaculada eternidad. Fui arrojado del Thecnetos otra vez al mundo pues la
eternidad perfecta estaba vacía de lo que yo amaba. De ti. ¿Y para que te
necesitaba? casi no lo sabía, lo recordaré al encontrarte.
Deje soñando al
Thecnetos ya libre de mí. Y fui libre otra vez y este se perdió quizás de sí
mismo. Como un barco que surca errante la meta-dimencionalidad del ser, se fue
alejando y hundiendo en las alturas meta-dimensionales. No sabía que el sueño
del Thecnetos encerraba también una pesadilla. Un mal sueño que yo debía soñar
antes de alcanzarte. Emergí trabajosamente a la superficie y luego abandoné las
ruinas del Oceanus. Por estos
paisajes extremos de soledad, comencé a buscarte, pero nunca olvidé la
invitación que la eternidad me hizo en su seno, ser otro L. Ser un dios. Olvidé
pronto, la tentación de ser uno con él y ser de algún modo lo que fue mi
enemigo: el Thecnos-Herakom, un
guardián abstracto del este dios vacío, de esta infinita inteligencia sin mente
que llamamos Thecnetos. Y he aquí, no lo sospechaba, que ya han pasado cientos
de años y sigo en este lento atardecer del mundo; uno que empezó con un
estruendo y ahora se pierde en un susurro. Un susurro que se confunde con los
ecos de tu voz en lo lejano de mis recuerdos.
Creí que te
alcanzaría inmediatamente. Pero pronto descubrí que buscaba en un laberinto y
siempre regresaba, como en un círculo, a mi soledad. Con los siglos se me ha
ido desdibujando la esperanza. Las cartas, el amor, ¿Qué eran realmente? De eso
ya hace tanto tiempo. También he notado que el Thecnetos se muere bajo mis
pies, pero es un ente tan enorme que demorará siglos en morir, no sé si yo
muera primero y él quede a solas, o él muera primero y yo cuide su solitaria
agonía, sea antes o después con él acabaremos todos, los que fuimos recuerdos
abstractos de una humanidad, pasaremos a ser artificial olvido, seremos la nada
misma, sin interior ni exterior, sin relación a ninguna cosa, sin ubicación ni
duración.
Pero antes de
cualquiera de esos desenlaces yo he de encontrarte. Mas no sé cómo lograrlo
sino solo andado y andando. El Thecnetos se retuerce en sus interiores, se le
abren grietas que forman profundos abismos artificiales entre los desiertos,
mostrando los terribles engranajes del mundo. El Oceanus y el desierto se confunden y parten, pero en todas partes
está la dura falta de M, que me espera o acaso también me busca. O acaso
también me olvida. ¡Por qué el mundo habrá de ser tan grande! En su despedida,
el Thecnetos exhibe una noble clama, una estoica indiferencia.
Las formas siempre
cambian en este mundo aunque muy lentamente, por lo tanto el ser mismo no tiene
forma, estas se pierden pero el ser sigue. Las cosas son solo un incidente de
su eterna metamorfosis. Y el Emisario ¿también habrá cambiado? y yo ¿seré
reconocido si acaso lo encuentre? O ya es tan distinto y yo tan otro que aun
cruzándonos no nos habremos de reconocer. Acaso yo ya desaparecí y solo queda
el Thecnetos y yo soy solo uno de sus desvariados sueños informes, buscando y
buscando lo que ya no existe.
Las cosas son el
modo en que el ser se presenta en el tiempo, no solo yo caí desde la eternidad
para envejecer y morir, también el cosmos fue una vez puro y ordenado y de
repente empezó a degenerar[1] y de
su lenta muerte, de ese desorden, cada vez mayor que llamamos tiempo surgió la
vida, los humanos y este planeta. Como los gusanos nacen de los cadáveres, somos
hijos de la muerte del cosmos. Comiendo el desorden de un universo expulsado de
un paraíso meta-dimensional perdido, exiliado del multiverso que lo engendró y
expulsó, acaso por un grave pecado.
¿Quién soy si ya
no soy L?, ¿Quién nació realmente? Si mi molécula germinal era la misma que la
de Herakón, ¿acaso no nació él? y
acaso, aunque muerto, ¿no podría un día, si me descuido, nacer de nuevo en mí?
No importa, soy,
siempre, ausencia de ti. Y por eso soy
yo. Una ausencia que me urge. El amor es pues un hueco que se quiere llenar.
El tiempo, tantas
veces diluido, se le escapa al mundo, se escurre por las grietas mismas del
ser. Indiferentes, las ruinas y los desiertos me ven buscarte y los últimos
susurros de lucidez de mi mente murmuran que me miento a mí mismo. Que en el
fondo sé que ya no estas. Que no es posible que estés. Muerto el Thecnetos,
muerto el Theknos-Herakón este mundo
solo deviene caóticamente, rumbo a cualquier parte. M ya no puede ser un Emisario
y debe haber muerto por ello. Pero yo persisto, mi inteligencia persiste y no
siente pena por mi inconmensurable frustración. No sé si mi inteligencia es
esclava o tirana de mi corazón. Pero a veces no quisiera ser marioneta de
ninguna de ellas, y solo deseo deambular sin objetivo, esas veces es cuando más
lejos estoy de ti, pero vuelvo pronto a ese ningún lugar que es la esperanza.
Los siglos giran sobre sus inertes criaturas, me perforan, secan mis sueños,
ahora, cerca de ser completamente lúcido de mi fracaso, solo ando para
apresurar el desgaste del mundo. Pero pocas cosas son más duras e
indestructibles que la esperanza, por pequeña que esta sea. Y pensar que
rechacé la eternidad para buscarte y para salvar a esta humanidad hipotética. Lo
haría mil veces, por sentir como sentí antes, esa ternura carnal que los dioses
no conocen, por tus ojos, que encerraban un universo o que al cerrarlos, lo
negaban. Por eso que juntos formábamos que ya no era ni M ni L, acaso era eso
que completo, era más que la suma de dos minúsculos hombres: un infinito dios.
Los primeros años
lo sospechaba: M debe haber desaparecido y no queda suficiente tiempo para que
nazca de nuevo en esos juegos de azar del Thecnetos, que aún hace nacer de vez
en vez hombres, pero ya no los sustenta pues los mekhanes son inservibles. Así he visto y acompañado a los nuevos
hijos del Thecnetos nacer y morir en el mismo día. Yo he sido el ángel de esos
hombres de un solo día de vida, nacidos sin destino y acompaño su veloz muerte.
Algunos escucharon desconcertados la historia del mundo antes de dormir de
nuevo. Otros recordaban precariamente haber sido otros. En esas breves horas yo
viví para que tengan idea de lo que es el mundo y con ese trabajo yo recordaba
también quien era yo y para que había vuelto a nacer.
Pero después de
unos siglos el Thecnetos ya no parió más hombres y me supe otra vez solo. Esta
vez completamente solo. Único tripulante de los últimos tramos del tiempo de un
universo que se jacto de tener millones de mundos y trillones de años para
malgastar y ahora era un pensamiento, una minúscula ausencia lejos ya de lo que
una vez fue.
Este unánime
atardecer se hace más y más oscuro y el tiempo se hace más delgado y frágil.
Así que esta era
la vida eterna, pues también la eternidad llega a su fin. Pero entre la
oscuridad cada vez más espesa yo todavía te busco.
[1] El tiempo es aumento de
entropía o desorden, por eso podemos coludir que, en su origen, el universo era
orden infinito. El bigbag significo entonces el comienzo de la degeneración del
universo. Su meta: el desorden total.
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