Limma, ese espejo.
Kilómetros de roca y tierra debajo, se extendía la invisible
ciudad de Limma, solo visible por
fracciones de segundo por las ráfagas de metralla. Esta Limma imprecisa era el espejo de otra más alta, que supuestamente persistía
en la superficie mítica y cuyas calles vacías ya nadie recorría, sus preciosos
monumentos y edificios estaban rotos y asfixiados por una atmosfera sin
oxígeno, abajo, su sombra se hundía en la oscuridad subterránea dando forma a
la Limma profunda donde vivían 2
viejos eromenois: Phratede y Padre.
Phratede
llevaba en el bolsillo un informe de estadísticos militares que debía comunicar
a Padre, una vez acabara la
batalla contra los heréticos, un misterioso descubrimiento. Todo el aire era ahora una gran explosión, de
todos lados disparaban armas y no era posible distinguir al enemigo. Con cada
explosión cientos de hombres morían, pero en la oscuridad era difícil saber de
qué trincheras, heréticos u ortodoxos. Padre recibió las nuevas órdenes en medio
del fuego, Phratede lo acompañaba
valientemente entre los disparos.
—Es hora de volver al refugio, tenemos dos prisioneros
singulares, además la tropa rumorea una terrible noticia sobre nuetro dios y
sobre la guerra —dijo Phratede abrazando
con sus gruesas formas las también fuertes formas de Padre, y enrumbaron entre
balazos y pisando moribundos ahogándose en el lodo.
Dentro, Padre hizo organizar a los
prisioneros heréticos capturados, los menores irían a los orfanatos de guerra,
los adultos morirían ese día. Pero buscaba al traidor.
—Ese gusano es —dijo un soldado casi niño y señaló a un
delgado joven con un acné que enrojecía su piel desagradablemente. Era como un
niño anormalmente alto vestido de soldado, como casi todos los demás. Dado los
siglos de guerra, en esa sociedad solo había dos clases de personas: hombres u
hombres incompletos, es decir niños. No había noción de juventud, adolescencia
o pubertad.
—Así que te has portado mal, vendiste
información a los heréticos —empezó rudamente Phratede, como militar trataba como culpables a todos.
—No es así. He sido un contra-espía. Les
di información falsa. Nada más.
—Es verdad —dijo Padre más sereno—, hizo
llegar varios oficios al enemigo herético, fotografías adulteradas,
conversaciones falsas. Hemos capturado su informe. Solo datos de poca
relevancia y mentiras. No queda claro su intención, esto lo señala como un
traidor muy singular.
—He arriesgado inútilmente mi vida a
favor de la bio-religión ortodoxa, el diacono Anthonio es mi jefe directo, él me salvará, les ordeno que se comuníquen
con él.
Los soldados rieron al escuchar los
delirios de grandeza de ese pobre joven. Anthonio
era un mítico y casi invisible hombre de poder en ese mundo subterráneo.
—El diacono es quien ha enviado la orden
de fusilarlo y niega que Ud sea un contraespía —agrego Phratede.
—¡No! —dijo derrumbándose—. He conseguido valiosa información y como premio me
dan la muerte —dijo empezando a llorar— y la deshonra.
—Ud ha escrito una declaración de
culpabilidad —acusó Padre.
—No lo hice voluntariamente —y señalo a
unos militares robustos, cuyas espaldas dibujaban una calma indiferencia y un
cinismo, Padre vió las huellas de tortura y ahogamiento en el traidor y adivinó
lo que había pasado.
—Sí, me declaré culpable, pero lo hice
por miedo a la tortura, mi confesión fue un fraude.
—Es imposible que tantas personas conspiren tanto con alguien tan poco
importante —comento Phratede—.
Debemos llevarte afuera.
—¡No! —gritó el
prisionero conociendo los procedimientos sumarios.
—Si tanto amas tu propia
vida eres un herético, a nosotros solo nos preocupa a la vida del dios —comentó
Phratede ya algo conmovido—. Si
creyeras en nuestra fe no tendrías temor hijo, el dios no morirá, la vida
eterna es para él, no para nosotros —agregó apoyando un brazo grueso y velludo
en el hombro del muchacho.
Padre lo cogió del brazo
y sintió que estaba muy frío y temblaba. Afuera esperaban unos soldados.
—¿Qué dirás al final? —preguntó
serio Padre.
—Que perderán la guerra.
El dios está enfermo. Así como hoy muero mañana tú morirás, solo tienen unos
días más, hay algo más peligroso que viene —dijo lleno de odio. Después lloró
de nuevo.
—No en esta batalla,
hemos ganado y es todo lo que cuenta, solo el hoy existe, vivimos y tú
desapareces —dijo uno de los soldados que lo ejecutarían.
—No, el futuro también
existe, es tan real como este presente solo que no lo ven, y en él desaparecerás.
—¿Quién te ha enseñado esas
cosas tan abstractas?
—Ellos, los que habitan
en esa totalidad que nosotros vemos fragmentada en pasado, presente y futuro.
—¿Los heréticos? ¿Son tan sofisticados?
—preguntó Phratedes.
—No.
Pero el prisionero no agregó
más, Padre pensó que ya estaba loco,
los heréticos, según había comprobado y a pesar de la enemistad de siglos eran
absolutamente iguales a ellos. Solo los dueños de ambos mundos eran enemigos, y
solo por cosas vagas, imprecisas.
—No hablo de los
heréticos, tienen un nuevo enemigo y es invencible. Entre los prisioneros hay
uno de ellos. Hable con él y verá… No me maten… —susurró suplicante mirando a Phratede a los ojos.
El pecho del maduro
militar se conmovió, pero debía obedecer.
—Dormirás hijo. Piensa
que solo dormirás.
—¡Pero no volveré a
despertar! No hagan esto… —agregó desesperado—. No tendré otra oportunidad, no
volveré a nacer, por favor —dijo acurrucándose indefenso en el pecho macizo de Phratede.
Al viejo militar le
costó despegarlo de él.
—¿Para qué quieres
volver a nacer en un mundo tan horrible? Déjate desvanecer, lo haremos con
mucho cuidado. No sufrirás, nosotros también nos desvaneceremos un día de estos.
—No hay mal ni misterio
en la muerte hijo —dijo Padre—, todos los
días morimos por unas horas, al dormir, solo soñamos unos minutos antes de despertar,
el resto de la noche no existimos, no hay mente, estamos muertos, ¿ves? no
tienes nada que temer.
Los delgados verdugos se
acercaron para realizar la asfixia por ahorcamiento. No podían desperdiciar
municiones. Mientras dos lo sujetaron el tercero se puso detrás, el prisionero
empezó a gritar sin compostura:
—¡Soy inocente! Soy
inocente. Anthonio… ¿Por qué me
mentiste? Pregunten al diacono Anthonio. —Y Empezó a orinarse encima y a rezar al sentir la
presión en el cuello— Me arrepiento, cuanto me arrepiento… —dijo y mientras
ajustaban la cuerda, empezó decir las letras sagradas: C, G, T, C, G, A, Th… con
la tráquea aplastada le costó recitar el final de la letanía mortuoria, que era
una vieja y sagrada secuencia de nucleótidos, sudaba copiosamente y un olor
fétido salía de sus axilas. Por la poca fuerza de los verdugos demoró varios
minutos en morir sofocado. Finalmente quedo su cuerpo helado y flácido sobre el
suelo y la soldadera se lo llevó a las máquinas de procesamiento de cadáveres.
Levemente
demolidos por el atroz espectáculo Padre
y Phratede se apresuraron a buscar al
otro prisionero señalado. En el camino Phratede
recordó que debía buscar el mejor momento para contar a Padre lo de los estadísticos, del hijo y el llamado que hacían de
él en la central del dogma.
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