domingo, 7 de agosto de 2022

4 LA GUERRA CONTRA LOS HUMANOS: Todo el pasado es equidistante del presente

 



Limma, ese espejo.

 

Kilómetros de roca y tierra debajo, se extendía la invisible ciudad de Limma, solo visible por fracciones de segundo por las ráfagas de metralla. Esta Limma imprecisa era el espejo de otra más alta, que supuestamente persistía en la superficie mítica y cuyas calles vacías ya nadie recorría, sus preciosos monumentos y edificios estaban rotos y asfixiados por una atmosfera sin oxígeno, abajo, su sombra se hundía en la oscuridad subterránea dando forma a la Limma profunda donde vivían 2 viejos eromenois: Phratede y Padre.

Phratede llevaba en el bolsillo un informe de estadísticos militares que debía comunicar a Padre, una vez acabara la batalla contra los heréticos, un misterioso descubrimiento.  Todo el aire era ahora una gran explosión, de todos lados disparaban armas y no era posible distinguir al enemigo. Con cada explosión cientos de hombres morían, pero en la oscuridad era difícil saber de qué trincheras, heréticos u ortodoxos. Padre recibió las nuevas órdenes en medio del fuego, Phratede lo acompañaba valientemente entre los disparos.

—Es hora de volver al refugio, tenemos dos prisioneros singulares, además la tropa rumorea una terrible noticia sobre nuetro dios y sobre la guerra —dijo Phratede abrazando con sus gruesas formas las también fuertes formas de Padre, y enrumbaron entre balazos y pisando moribundos ahogándose en el lodo. 

Dentro, Padre hizo organizar a los prisioneros heréticos capturados, los menores irían a los orfanatos de guerra, los adultos morirían ese día. Pero buscaba al traidor.

—Ese gusano es —dijo un soldado casi niño y señaló a un delgado joven con un acné que enrojecía su piel desagradablemente. Era como un niño anormalmente alto vestido de soldado, como casi todos los demás. Dado los siglos de guerra, en esa sociedad solo había dos clases de personas: hombres u hombres incompletos, es decir niños. No había noción de juventud, adolescencia o pubertad.  

—Así que te has portado mal, vendiste información a los heréticos —empezó rudamente Phratede, como militar trataba como culpables a todos.

—No es así. He sido un contra-espía. Les di información falsa. Nada más.

—Es verdad —dijo Padre más sereno—, hizo llegar varios oficios al enemigo herético, fotografías adulteradas, conversaciones falsas. Hemos capturado su informe. Solo datos de poca relevancia y mentiras. No queda claro su intención, esto lo señala como un traidor muy singular.

—He arriesgado inútilmente mi vida a favor de la bio-religión ortodoxa, el diacono Anthonio es mi jefe directo, él me salvará, les ordeno que se comuníquen con él.

Los soldados rieron al escuchar los delirios de grandeza de ese pobre joven. Anthonio era un mítico y casi invisible hombre de poder en ese mundo subterráneo.

—El diacono es quien ha enviado la orden de fusilarlo y niega que Ud sea un contraespía —agrego Phratede.

—¡No! —dijo derrumbándose—. He conseguido valiosa información y como premio me dan la muerte —dijo empezando a llorar— y la deshonra.

—Ud ha escrito una declaración de culpabilidad —acusó Padre.

—No lo hice voluntariamente —y señalo a unos militares robustos, cuyas espaldas dibujaban una calma indiferencia y un cinismo, Padre vió las huellas de tortura y ahogamiento en el traidor y adivinó lo que había pasado. 

—Sí, me declaré culpable, pero lo hice por miedo a la tortura, mi confesión fue un fraude.

Es imposible que tantas personas conspiren tanto con alguien tan poco importante —comento Phratede—. Debemos llevarte afuera.

—¡No! —gritó el prisionero conociendo los procedimientos sumarios.

—Si tanto amas tu propia vida eres un herético, a nosotros solo nos preocupa a la vida del dios —comentó Phratede ya algo conmovido—. Si creyeras en nuestra fe no tendrías temor hijo, el dios no morirá, la vida eterna es para él, no para nosotros —agregó apoyando un brazo grueso y velludo en el hombro del muchacho.

Padre lo cogió del brazo y sintió que estaba muy frío y temblaba. Afuera esperaban unos soldados.

—¿Qué dirás al final? —preguntó serio Padre.

—Que perderán la guerra. El dios está enfermo. Así como hoy muero mañana tú morirás, solo tienen unos días más, hay algo más peligroso que viene —dijo lleno de odio. Después lloró de nuevo.

—No en esta batalla, hemos ganado y es todo lo que cuenta, solo el hoy existe, vivimos y tú desapareces —dijo uno de los soldados que lo ejecutarían.

—No, el futuro también existe, es tan real como este presente solo que no lo ven, y en él desaparecerás.

—¿Quién te ha enseñado esas cosas tan abstractas?

—Ellos, los que habitan en esa totalidad que nosotros vemos fragmentada en pasado, presente y futuro.

—¿Los heréticos? ¿Son tan sofisticados? —preguntó Phratedes.

—No.

Pero el prisionero no agregó más, Padre pensó que ya estaba loco, los heréticos, según había comprobado y a pesar de la enemistad de siglos eran absolutamente iguales a ellos. Solo los dueños de ambos mundos eran enemigos, y solo por cosas vagas, imprecisas.

—No hablo de los heréticos, tienen un nuevo enemigo y es invencible. Entre los prisioneros hay uno de ellos. Hable con él y verá… No me maten… —susurró suplicante mirando a Phratede a los ojos.

El pecho del maduro militar se conmovió, pero debía obedecer.

—Dormirás hijo. Piensa que solo dormirás.

—¡Pero no volveré a despertar! No hagan esto… —agregó desesperado—. No tendré otra oportunidad, no volveré a nacer, por favor —dijo acurrucándose indefenso en el pecho macizo de Phratede.

Al viejo militar le costó despegarlo de él.

—¿Para qué quieres volver a nacer en un mundo tan horrible? Déjate desvanecer, lo haremos con mucho cuidado. No sufrirás, nosotros también nos desvaneceremos un día de estos.

—No hay mal ni misterio en la muerte hijo —dijo Padre—, todos los días morimos por unas horas, al dormir, solo soñamos unos minutos antes de despertar, el resto de la noche no existimos, no hay mente, estamos muertos, ¿ves? no tienes nada que temer.

Los delgados verdugos se acercaron para realizar la asfixia por ahorcamiento. No podían desperdiciar municiones. Mientras dos lo sujetaron el tercero se puso detrás, el prisionero empezó a gritar sin compostura:

—¡Soy inocente! Soy inocente. Anthonio… ¿Por qué me mentiste? Pregunten al diacono Anthonio. —Y Empezó a orinarse encima y a rezar al sentir la presión en el cuello— Me arrepiento, cuanto me arrepiento… —dijo y mientras ajustaban la cuerda, empezó decir las letras sagradas: C, G, T, C, G, A, Th… con la tráquea aplastada le costó recitar el final de la letanía mortuoria, que era una vieja y sagrada secuencia de nucleótidos, sudaba copiosamente y un olor fétido salía de sus axilas. Por la poca fuerza de los verdugos demoró varios minutos en morir sofocado. Finalmente quedo su cuerpo helado y flácido sobre el suelo y la soldadera se lo llevó a las máquinas de procesamiento de cadáveres.

       Levemente demolidos por el atroz espectáculo Padre y Phratede se apresuraron a buscar al otro prisionero señalado. En el camino Phratede recordó que debía buscar el mejor momento para contar a Padre lo de los estadísticos, del hijo y el llamado que hacían de él en la central del dogma.



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