Un trillón de años después…
Al
centro exacto del castillo de metal Herakón
yace frustrado frente a su creación. Millones de subordinados obedecen sus
precisas ordenes, pero el Thecnetos está creciendo muy lentamente y duerme su
sueño de dios sin despertar. No hay señales de que eso cambie y el tiempo se
acaba, ya un 80% del universo conocido es inlocalizable. Año tras año,
toneladas de energía gastada y no logran que la consciencia del Thecnetos se
encienda. Algo falta en su corazón oscuro, algo que no estaba señalado en el manual
de L. ¿Acaso así será el futuro?, un universo dormido, sin vida ni conciencia
de sí. Solo piedras, energía y espacio. Contra ese destino luchaba esa última
generación, ¿Pero si el futuro ya existía? ¿Si en la historia de la eternidad
ya estuviera determinado que la humanidad no se salvará? ¿De que valía
esforzarse? Pero no tenía sentido. No hay destino porque no hay futuro, solo
hay presente pensaba Herakón. Y el
futuro no es más que un presente esperado, soñado. Pero si no encontraba una
salida pronto no habría humanidad. Pero al crecer, el Thecnetos se convertía en
un monstruo quimérico cada vez más difícil de entender y siempre inútil.
Ya los servidores se han ido. Recorriendo
los recovecos solitarios del Thecnetos, pasea Herakón como por el mismo cuerpo hueco del silencio, los metálicos
ecos de sus pasos retumban en el vacío y antes de extinguirse se meten por las
esquinas de aquella máquina que contiene las ideas escondidas de aquel
minúsculo Thaumasios muerto, de aquel
desgarrado técnico: L, y en ellas, camuflado y en guardia, un secreto que no
puede descubrir el oscuro Thaumasios.
L ha muerto, sí, pero vive en cada parte de su diseño, como una semilla que no
germinará nunca, o acaso esta ya seca dentro del gigantesco artefacto
construido por la trans-meta-corporación, pero L también vive en Herakón, pues un pedazo de su mente confusa
se metió quirúrgicamente en la mente del Thaumasios.
Si acaso despertaba, en el corazón del Thecnetos debía crecer un
día un horizonte de sucesos[1],
L había dejado instrucciones sobre cómo construirlo, pero faltaba una clave, un
código, pero Herakón no sabía de qué
se trataba, pero su mente buscaba, en sí misma. Debía buscar en esa parte de L
que fue inyectada en él, pero no quería dejar de ser él examinándola. Mientras,
la máquina alzaba su arquitectónica terrible y colosal dentro del castillo de
metal.
En cierto punto de su construcción el Thecnetos se mostró totalmente
ingobernable e independiente. Herakón
descubrió que desarrollaba regiones de dinámica propia y tomaba decisiones
diferentes a sus primeros propósitos, estas emitían órdenes y desordenan lo
construido, reformándolo y haciéndolo aún más difícil de entender. Los técnicos
habían descubierto ideas mecánicas, como sueños artificiales que lo recorrían,
como las cavilaciones amorfas e inconscientes de un hombre en estado de coma.
No sabía si un día llegaría a funcionar. Sin embargo, algunos poderes inéditos
de la maquina habían mostrado asombrosas capacidades y se había logrado, si no
controlar, sí usar. La más notable capacidad del Thecnetos era poder ver el
pasado y predecir sin errores el futuro. No era raro, ese es el núcleo más íntimo
del Thecnetos y el que lo vinculaba a su naturaleza trans-dimensional, aquella
que no está aprisionada por el devenir del tiempo, ni está en el mero presente,
un pedazo de eternidad conformaba su corazón dormido, un hilo que lo unía y
hundía con el multiverso invisible, del que todos somos sombras. Pero no era
magia, simplemente el Thecnetos podía remontar las causas numerosísimas y ver
el pasado y los efectos del futuro.
Pero esto era contradictorio, ¿Acaso el futuro no es incierto? —pensaba
Herakón —. Lo que pasa con las cosas
se debe a lo que sus partículas elementales hacen, y ¡el destino de una
partícula es incierto![2]
Eso se debía al colapso de la función de onda de una partícula. Una partícula
colapsa, es decir aparece en una ubicación particular al ser observada. Antes
de colapsar una partícula “está” en todas partes, una vez colapsada, aparece en
un lugar preciso pero incierto, antes no está en ningún lugar o está en todos,
el caso es que, no se puede saber dónde aparecerá, hay infinitas posibilidades,
por lo tanto, hay infinitos futuros posibles para esa partícula. Siendo así
para la parte lo debe ser para el todo. Por eso no puede predecirse el futuro,
pero el Thecnetos sí lo hacía, elementales experimentos ya lo habían corroborado.
Pero ¡Era absurdo! Cada posible lugar adonde aparezca una partícula determina un
futuro diferente, hay infinitos futuros posibles como explica bien el viejo mito
del Jardín de sederos que se bifurcan[3],
¿Cómo podía el Thecnetos entonces ver el futuro como uno solo? ¿Acaso el futuro
no era uno de millones posibles?
¿Acaso esta máquina solo ve uno de los múltiples futuros? si es así
es ciega. ¿O acaso el mismo Thecnetos hacía colapsar la función de onda en una
dirección determinada, determinando así nuestro futuro?, o sea esta máquina ve
el futuro que el mismo establece, nos traza un destino. ¡Lo elije!
Herakón
se confundía... Pero finalmente encontró una explicación simple, pero difícil
de afrontar: acaso este no era el presente sino el pasado de otra época. El
pasado si es solo de un modo e inmóvil y tiene un destino preciso.
…así que estoy en el pasado… —pensó Herakón con cierta tristeza. Era como
estar al otro lado de un espejo. Era ser menos real, pues solo el presente es
de verdad algo.
La tentación de ver el futuro surgió en el viejo Thaumasios, ¿Podrá despertar el dios
mecánico? ¿Podrá la humanidad sobrevivir? Una exploración secreta a lo que
aguarda lo lleva a descubrir un terrible peligro, que ayer ignoraba.
Por el cableado que une al oscuro Thaumasios con la eternidad de la que pende el Thecnetos, Herakón se entera de una verdad triste y
fatídica… M y L habían engendrado un hijo, N, este había sido destinado a
destruirse al prohibirse la reproducción. Pero este embrión de M y L se había
salvado de algún modo. Aún más, calculando el futuro el Thecnetos le informo a Herakón que N estaba vivo y que pronto lo
mataría. No había escapatoria. Pues solo hay un futuro.
Herakón supo que su
muerte empezaba ese día. Él moriría antes de que el Thecnetos despertara, y
antes de que la humanidad muriera. También supo que él, que aborrecía la vida
ahora temía perderla. ¿Por qué? acaso eso era síntoma de que no era del todo
él, L contaminaba su mente. Parte de su mente se le había inyectado, no solo
tenía su mente, en parte era él. Y había
participado sin saberlo de la asquerosa lógica de la vida, pues este N era
también algo engendrado por una parte suya, la única. Era urgente para el Thaumasios destruirlo, pero ¿dónde
estaba?
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