Un Trillón De Trillones De Años Después…
En la penumbra estaba alguien, como un pordiosero del Thecnetos. Un hombre alto y delgado, sus huesos gruesos sobrevivían, pero su piel estaba pegada a esa ancha osamenta. Su rostro ahora alargado mostraba afilados ángulos, pero seguía siendo grande, tenía ajadas las facciones, los ojos hundidos y tristes. ¿Eso era M?, definitivamente no, acaso el Emisario ya despedazado… o ese del pasado de ambos, el despiadado Eme, cuya maldad sentía, como si él la hubiese sufrido. Quizás sí pues tenía un brillo de astucia taimada como la de los desahuciados que no pueden evitar ser interesados al ver una esperanza y con sumo cuidado traman ganársela con mentiras. Aunque esos ojos secos estaban aterrados, pues saben que será fácil perder en su juego. Y es imposible ganar si estás a merced total de los demás, así lo que pidas sea minúsculo, siempre te lo niegan. Era más pequeño que eso que yo recordaba como el Emisario o como esas formas borrosas de memoria que el Thecnetos inyecto en mí sobre M el día que supe que yo era L. En esa sombra húmeda no podía estar mi esperanza, Thalos me había embaucado o pretendía hacerlo. Su cuerpo consumido, su cabello largo y reseco, todo negaba a M.
Eso me miró ya
seco por dentro de desamor y soledad. Tan distinto al ser sobrecargado de vida
que había combatido en muchos mundos hasta ser derrotado en mí. Mientras yo me
enfrentaba a esa contradicción, a esa gárgola, Thalos inmóvil permanecía mirando todo desde afuera.
Yo no hablé, eso
hablo de una cosa una y otra vez, y las mezclaba con detalles imposibles.
Deliraba.
—Ayer que viniste te
quedaste tan poco tiempo —dijo— la otra vez te quedaste toda la noche… ¿No? Luego
desapareces. Si te toco desapareces.
Ahí noté que
aquel hombre desvariaba. O peor, mentía con torpeza. En sus facciones
desencajadas y arrugadas no reconocía a M, por más que me esforzaba en
reconocerlo, pero algunas palabras parecían suyas. En la sombra mi mente
acomodaba las impresiones visuales infamiliares y formaban por instantes el
amado rostro de M, luego se torcían a la malvada fealdad de Eme y luego simplemente la ilusión se disolvía
en el rostro de aquel moribundo desconocido.
—Te agradezco por
cuidarme el tiempo que estuve enfermo —dijo ¿A qué se refería? Quizás era
alguien que había conocido a M y en su delirio confundía su destino con el de
él. Si era el Emisario, era un Emisario degenerado. Su mente estaba carcomida.
Quizás era otro ya...
—Dudas —dijo mostrando
un rostro confuso que a su vez dudaba de ser el mismo, no era M, era un
embustero. O fue, pero ya no… Extendió una delgada mano y rozó mi cara. Aguante
la caricia, aterrado. Una parte de mí lo odiaba, lo reconozco, dicen que un
amor exagerado siempre encierra un oculto odio también exagerado, vengaría no
solo el abandono que hizo M al dejar el universo sino a lo que supe después que
hizo con aquel otro yo del pasado, en ese nebuloso mundo llamado Thierra. Sí, lo venía sospechado, yo
antes de ser L fui otro, y acaso debía volver a ser ese. No lo permitiría.
—Soy yo, ¿no has venido
ayer también?, ayer no me mirabas así, recuerdo muchas veces haber estado contigo,
pero después desapareces. Nunca he podido tocarte hasta hoy —dijo sosteniendo su insoportable dedo en mi mejilla.
Estaba frente a un loco, había conocido a M y había copiado
algunos de sus recuerdos, sabía que vendrían a rescatarlo. Para ser salvado lo suplantaba.
Quizás su plan incluyó matar al verdadero M.
Luego sentí que
aquel ser abyecto anhelaba mi proximidad de un modo animal, esa imagen me
repugnó y decidí irme, miré con desprecio al embustero. No soportaba ese sucio
deseo mezclado con esa triste esperanza que yo no podía satisfacer.
Decidí mentirle
compasivamente.
—Volveré a ayudarle en
unos días. Sea quien sea.
—¿Cuándo vendrás?
¿Viniste ayer? —dijo y se puso triste al saber que se quedaría solo de nuevo.
Hay un momento en que una larga esperanza por fin muere. No es un golpe
intenso, más bien sube lento como el agua en el que se hunde y ahoga un mundo. Ese
mundo ya había muerto en mí y ahora moría en él.
—¿Dónde está M? —le
pregunté ya impaciente y agresivo al patético personaje.
Se avergonzó de ser tan feo y pobre, tan distinto de lo que
fue y esa tristeza de no ser amado como lo fue antes cuando era bello y fuerte
le dolió.
—Ya no está. Viajo muy
lejos. Fuera del universo. No lo busques más en este —dijo con una rabia
desahuciada.
Triste, ya no quiso proseguir su plan, sus hombros enjutos
bajaron y se adivinaron sus costillas. Mirando sus ojos ya desesperanzados, vi
el rostro de M, pero pronto se desdibujó ese espejismo y quedo la verdad de lo
que tenía delante.
—Perdóname —dijo
el Emisario y sostuvo esa simple palabra, ya sabía todo lo que había hecho y
que no podía perdonarlo—. Has demorado demasiado… El Thecnetos nos ha olvidado.
No solo yo ya no soy M, tú ya no eres L.
Sí, M había
sido otro, ahora yo lo sabía, el pasado siempre está ocurriendo. Aquí lo que
ocurrió.
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