jueves, 7 de marzo de 2024

65 VIAJEROS DE LA ETERNIDAD: M, el impostor

 

Un Trillón De Trillones De Años Después…

En la penumbra estaba alguien, como un pordiosero del Thecnetos. Un hombre alto y delgado, sus huesos gruesos sobrevivían, pero su piel estaba pegada a esa ancha osamenta. Su rostro ahora alargado mostraba afilados ángulos, pero seguía siendo grande, tenía ajadas las facciones, los ojos hundidos y tristes. ¿Eso era M?, definitivamente no, acaso el Emisario ya despedazado… o ese del pasado de ambos, el despiadado Eme, cuya maldad sentía, como si él la hubiese sufrido. Quizás sí pues tenía un brillo de astucia taimada como la de los desahuciados que no pueden evitar ser interesados al ver una esperanza y con sumo cuidado traman ganársela con mentiras. Aunque esos ojos secos estaban aterrados, pues saben que será fácil perder en su juego. Y es imposible ganar si estás a merced total de los demás, así lo que pidas sea minúsculo, siempre te lo niegan. Era más pequeño que eso que yo recordaba como el Emisario o como esas formas borrosas de memoria que el Thecnetos inyecto en mí sobre M el día que supe que yo era L. En esa sombra húmeda no podía estar mi esperanza, Thalos me había embaucado o pretendía hacerlo. Su cuerpo consumido, su cabello largo y reseco, todo negaba a M.

Eso me miró ya seco por dentro de desamor y soledad. Tan distinto al ser sobrecargado de vida que había combatido en muchos mundos hasta ser derrotado en mí. Mientras yo me enfrentaba a esa contradicción, a esa gárgola, Thalos inmóvil permanecía mirando todo desde afuera.

Yo no hablé, eso hablo de una cosa una y otra vez, y las mezclaba con detalles imposibles. Deliraba.

—Ayer que viniste te quedaste tan poco tiempo —dijo— la otra vez te quedaste toda la noche… ¿No? Luego desapareces. Si te toco desapareces.

Ahí noté que aquel hombre desvariaba. O peor, mentía con torpeza. En sus facciones desencajadas y arrugadas no reconocía a M, por más que me esforzaba en reconocerlo, pero algunas palabras parecían suyas. En la sombra mi mente acomodaba las impresiones visuales infamiliares y formaban por instantes el amado rostro de M, luego se torcían a la malvada fealdad de Eme y luego simplemente la ilusión se disolvía en el rostro de aquel moribundo desconocido.

—Te agradezco por cuidarme el tiempo que estuve enfermo —dijo ¿A qué se refería? Quizás era alguien que había conocido a M y en su delirio confundía su destino con el de él. Si era el Emisario, era un Emisario degenerado. Su mente estaba carcomida. Quizás era otro ya...

—Dudas —dijo mostrando un rostro confuso que a su vez dudaba de ser el mismo, no era M, era un embustero. O fue, pero ya no… Extendió una delgada mano y rozó mi cara. Aguante la caricia, aterrado. Una parte de mí lo odiaba, lo reconozco, dicen que un amor exagerado siempre encierra un oculto odio también exagerado, vengaría no solo el abandono que hizo M al dejar el universo sino a lo que supe después que hizo con aquel otro yo del pasado, en ese nebuloso mundo llamado Thierra. Sí, lo venía sospechado, yo antes de ser L fui otro, y acaso debía volver a ser ese. No lo permitiría.

—Soy yo, ¿no has venido ayer también?, ayer no me mirabas así, recuerdo muchas veces haber estado contigo, pero después desapareces. Nunca he podido tocarte hasta hoy —dijo sosteniendo su insoportable dedo en mi mejilla.

       Estaba frente a un loco, había conocido a M y había copiado algunos de sus recuerdos, sabía que vendrían a rescatarlo. Para ser salvado lo suplantaba. Quizás su plan incluyó matar al verdadero M.

Luego sentí que aquel ser abyecto anhelaba mi proximidad de un modo animal, esa imagen me repugnó y decidí irme, miré con desprecio al embustero. No soportaba ese sucio deseo mezclado con esa triste esperanza que yo no podía satisfacer.

Decidí mentirle compasivamente.

—Volveré a ayudarle en unos días. Sea quien sea.

—¿Cuándo vendrás? ¿Viniste ayer? —dijo y se puso triste al saber que se quedaría solo de nuevo. Hay un momento en que una larga esperanza por fin muere. No es un golpe intenso, más bien sube lento como el agua en el que se hunde y ahoga un mundo. Ese mundo ya había muerto en mí y ahora moría en él. 

—¿Dónde está M? —le pregunté ya impaciente y agresivo al patético personaje.

       Se avergonzó de ser tan feo y pobre, tan distinto de lo que fue y esa tristeza de no ser amado como lo fue antes cuando era bello y fuerte le dolió.

—Ya no está. Viajo muy lejos. Fuera del universo. No lo busques más en este —dijo con una rabia desahuciada.

       Triste, ya no quiso proseguir su plan, sus hombros enjutos bajaron y se adivinaron sus costillas. Mirando sus ojos ya desesperanzados, vi el rostro de M, pero pronto se desdibujó ese espejismo y quedo la verdad de lo que tenía delante.

—Perdóname —dijo el Emisario y sostuvo esa simple palabra, ya sabía todo lo que había hecho y que no podía perdonarlo—. Has demorado demasiado… El Thecnetos nos ha olvidado. No solo yo ya no soy M, tú ya no eres L.

       Sí, M había sido otro, ahora yo lo sabía, el pasado siempre está ocurriendo. Aquí lo que ocurrió.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario