domingo, 10 de marzo de 2024

79 LA GUERRA CONTRA LOS HUMANOS: Eme detrás de Eme

 



13,8 billones de años después del inicio del universo…

Ni Eme ni eracom cambiaron. Eme prometió a eracom una noche a un costo imposible, pero no hay esfuerzo que no pueda el esperanzado, se vio finalmente con derecho, pero también con miedo de pedir, pero pidió. Ante la demanda, Eme dijo algo que dejo estupefacto a eracom:

—Tómame, pero yo no participaré —dijo lleno de odio, eracom se sintió impotente, de tratar de amarlo así.

eracom debió detenerse, pero quien detiene a un animal desesperado, empezó a besar la mano inerte de Eme con vergüenza, como quien come a los pies del alguien para no morir de hambre, así de derrotados estaban los sueños trans-biológicos del aprendiz de Ahelios.

Fue humillante, pero también Eme estaba indefenso, a pesar de la brutalidad del acto, algo en él se ablandó y suspiró como un enamorado al sentir la cara de eracom entre sus dedos y se entregó.

El amor, más precisamente el sexo, es un camino de regreso a nuestra infancia, a donde aprendimos a amar. Luego de estar juntos del modo más íntimo posible Eme regresó a su esperanza de ternura, de salvación, eracom lo estaba salvando. Eme fue feliz y sonrió en la sombra, lo que deseaba se hacía realidad, pero el sexo lo había regresado al estado más vulnerable de su vida, al estado más frágil y enfermo, ahí donde supo que sus padres habían decidido su desaparición, ahí vio ese horror en la forma de eracom, y lo odio con toda su alma. Un odio total.

Un descuidado gesto de eracom bastó y Eme sintió que volvía a luchar con la muerte, el peligro era amar. Así que esas frías calles vieron a eracom incrédulo y golpeado, expulsado otra vez, a la incertidumbre helada, sin saber por qué.

eracom, expulsado de Eme, otra vez se perdió en el mundo, que era solo el hueco donde no están él. Pero el camino del laberinto lo regresaba una y otra vez al mismo lugar. Acabada la matanza del Jardín Extraño, se ahogaba el ruido y se disolvían los deseos que habían encendido esa orgía heterofílica, ahora el lugar parecía desierto, eracom deambulaba sin alejarse nunca de esa zona, ya era indistinguible de aquellos adictos que arrastrándose como leprosos, buscaban toxinas y drogas descartadas o a medio usar por los asistentes del Jardín Extraño, entró a ese hueco ya vacío y sintió todo el mal que ahí, había ocurrido.

Rodeado del ahora inmóvil Jardín extraño, sin sus flores marchitas y hediondas, y a solas, vio a Hans Hahn, que suspiraba atacado de algún recuerdo.

Este le dijo.

—Alíviate, al menos lo que buscas existe, hace días está cerca. Lo que yo busco está a una distancia infinita. Ahora, luego de su trabajo de Etaires, duerme en un sótano. Te indicaré como hallarlo por un módico precio. Sé que has ganado algo fabricando máquinas para los vagabundos. Son fascinantes inventos… solo quiero unas horas de vida bioquímica.

—Solo eso tengo, y son tuyas —dijo.

—Te daré un consejo. Es gratis, te considero un amigo, te digo que él en realidad no ama ni desea a la otra especie. No es un heterofílico como yo, pero tampoco desea o ama a nuestra especie. Para él los demás son objetos. No nos ve como mujeres o como hombres, sino como solo como cosas. No te engañes. Por eso él puede satisfacer a la otra especie o a la nuestra. Mejor dicho, a ninguna. Trabaja de ambos modos. Ten mucho cuidado.

       Luego Hans Hahn se enrumbó muy lejos, había cobrado energía bioquímica por cierta información, pero el consejo sí fue una espontaneidad sincera. En la distancia encontró a la mujer que tanto quería, y que solo aceptaba su compañía siempre que fuese casta. Acaso por eso él la amaba así y no le hacía daño. Displicente, ella lo recibió, algo malhumorada pero un poco ansiosa de ver a ese enamorado de otra especie. Le había despertado algún cariño a pesar de ser imposible desearlo.

eracom siguió las indicaciones de Hans Hahn y entró al nuevo locus de Eme. ¿Qué crimen lo había movido a esconderse? A eracom no le importó. En un rincón ennegrecido y a oscuras, Eme yacía intoxicado y cansado de sus indescifrables trabajos. Su fornido cuerpo era cubierto por unas mantas sucias y viejas. Se acercó muy lentamente al cuerpo de Eme, como la araña macho se acerca cauta a la hembra de la viuda negra, Eme lo sintió y se comportó como si ocurriera algo cotidiano, y como si nunca se hubieran hecho daño ni separado, le indicó que se acueste cerca, deseoso de esa ternura que solo en el fondo de su seco corazón aún deseaba. El amor es una unión de dos cosas que se necesitan, aunque no se satisfagan, ese pacto prescinde de todo lo ajeno a estas. Todo es común, nada es propio. Así como uno no se pide permiso ni perdón a sí mismo, eracom perdonó a Eme y este a él sin usar palabras, que son solo medios, no fines. Teniéndolo tan cerca, Eme se sintió consigo mismo otra vez, ya se había perdonado a sí mismo, pero era consciente de que hacía mal. Un sueño aliviado lo inundó, el alivio de tenerlo de nuevo junto a su cuerpo, Eme le habló con la ternura típica del lenguaje de los padres e hijos que despiertan de madrugada y se indican cosas cotidianas con susurros. Se miraron como queriendo estar unidos siempre. La cabeza de eracom se hundió en el pecho cansado de Eme que suspiró con un temblor. Como si se adentrara en el útero primitivo del que salió la humanidad. Juntos durmieron íntimamente y una corta carga de sustancias químicas rodaron de sus ojos. Los leves roces de sus dedos tocándose con timidez removían y sacudían sus fisiologías. Se activaba la bioquímica del amor. La bioquímica de dios. Se durmieron uno en el otro como un niño que había buscado a sus padres por días de agotadora búsqueda y por fin los encontrara. Durmieron agotados del largo peregrinar que habían sido sus vidas hasta ese día, a solas uno del otro. Pero dormir es perder la conciencia y eso era precisamente lo peligroso del amor.

Durante unas horas, manchados con su mutuo sudor y unidos sus olores, Eme lo quiso con sinceridad y verdad. Ni todos los muros dé su corazón impidieron una pequeña fuga por entre las grietas. Pero las horas pasaban y pronto volverían a ser cada uno lo que eran.  

La vida no es completa así. Es verdad, ni la belleza de la sabiduría ni la comodidad de la vida serena vale la felicidad fugaz de esa fiebre suicida que se llama amor, amor de verdad. Ni la libertad. Los seres vivos como ellos estaban condenados a perpetuar una reacción en cadena invisible y esta era un tenaz ajedrez que había perfeccionado sus técnicas de esclavizar a sus piezas, para que el juego nunca acabe. El instrumento más invencible que usaba el dios, el mismo que adoraba Anthonio, era el amor, un dios cruel, así una generación engendraba a otra. Y así el dios vivía y se perfeccionaba poco a poco. Avanzaba en su camino de regreso a la perfección. Lejos de ahí, el siniestro sacerdote Anthonio veía renacer a su dios enfermo. Había acertado, la clave de los trans-humanos estaba en la secta de la memoria y supo que tenía un aliado en el hijo de su enemigo o mejor dicho un instrumento. Y el arma para derrotar a los trans-humanos era Eme, su belleza e indiferencia al sufrimiento humano, su codicia de cosas superficiales y tristes.

       Anthonio se dio cuenta de que si había un lugar donde el dios no moría era en el corazón de aquel joven: eracom, paradójicamente el más peligroso de los transhumanos. Ahí estaba más viva que nunca la dictadura de la biología que ordenaba unirse a su otra mitad para hacer más hombres. Y la suma de esas dos mitades no era una unidad, sino un infinito.

El plan de Anthonio estaba resultando a la perfección, el hijo de Padre podía ser usado mientras fuera un humano. Así que había logrado unirlo a Eme para que se pierda.

       Primero Hans Hahn y después Eme se habían vendido a Anthonio por una pobre cifra de semanas de vida y por ello se había dejado encontrar mientras eracom se perdía.

Pero en el negocio, Eme se perdió también él mismo.

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