13,8 billones de años después del inicio del
universo…
Ni Eme ni eracom cambiaron. Eme prometió
a eracom una noche a un costo
imposible, pero no hay esfuerzo que no pueda el esperanzado, se vio finalmente con
derecho, pero también con miedo de pedir, pero pidió. Ante la demanda, Eme dijo algo que dejo estupefacto a eracom:
—Tómame, pero
yo no participaré —dijo lleno de odio, eracom
se sintió impotente, de tratar de amarlo así.
eracom debió detenerse, pero quien
detiene a un animal desesperado, empezó a besar la mano inerte de Eme con vergüenza, como quien come a los
pies del alguien para no morir de hambre, así de derrotados estaban los sueños
trans-biológicos del aprendiz de Ahelios.
Fue
humillante, pero también Eme estaba
indefenso, a pesar de la brutalidad del acto, algo en él se ablandó y suspiró
como un enamorado al sentir la cara de eracom
entre sus dedos y se entregó.
El
amor, más precisamente el sexo, es un camino de regreso a nuestra infancia, a
donde aprendimos a amar. Luego de estar juntos del modo más íntimo posible Eme regresó a su esperanza de ternura, de
salvación, eracom lo estaba salvando. Eme fue feliz y sonrió en la sombra, lo que deseaba se hacía
realidad, pero el sexo lo había regresado al estado más vulnerable de su vida,
al estado más frágil y enfermo, ahí donde supo que sus padres habían decidido
su desaparición, ahí vio ese horror en la forma de eracom, y lo odio con toda su alma. Un odio total.
Un
descuidado gesto de eracom bastó y Eme sintió que volvía a luchar con la
muerte, el peligro era amar. Así que esas frías calles vieron a eracom incrédulo y golpeado, expulsado otra
vez, a la incertidumbre helada, sin saber por qué.
eracom, expulsado de Eme, otra vez se perdió en el mundo, que
era solo el hueco donde no están él. Pero el camino del laberinto lo regresaba
una y otra vez al mismo lugar. Acabada la matanza del Jardín Extraño, se
ahogaba el ruido y se disolvían los deseos que habían encendido esa orgía
heterofílica, ahora el lugar parecía desierto, eracom deambulaba sin alejarse nunca de esa zona, ya era indistinguible
de aquellos adictos que arrastrándose como leprosos, buscaban toxinas y drogas
descartadas o a medio usar por los asistentes del Jardín Extraño, entró a ese
hueco ya vacío y sintió todo el mal que ahí, había ocurrido.
Rodeado
del ahora inmóvil Jardín extraño, sin sus flores marchitas y hediondas, y a
solas, vio a Hans Hahn, que suspiraba
atacado de algún recuerdo.
Este
le dijo.
—Alíviate,
al menos lo que buscas existe, hace días está cerca. Lo que yo busco está a una
distancia infinita. Ahora, luego de su trabajo de Etaires, duerme en un sótano. Te indicaré como hallarlo por un
módico precio. Sé que has ganado algo fabricando máquinas para los vagabundos.
Son fascinantes inventos… solo quiero unas horas de vida bioquímica.
—Solo eso
tengo, y son tuyas —dijo.
—Te daré un
consejo. Es gratis, te considero un amigo, te digo que él en realidad no ama ni
desea a la otra especie. No es un heterofílico como yo, pero tampoco desea o
ama a nuestra especie. Para él los demás son objetos. No nos ve como mujeres o
como hombres, sino como solo como cosas. No te engañes. Por eso él puede
satisfacer a la otra especie o a la nuestra. Mejor dicho, a ninguna. Trabaja de
ambos modos. Ten mucho cuidado.
Luego Hans
Hahn se enrumbó muy lejos, había cobrado energía bioquímica por cierta información,
pero el consejo sí fue una espontaneidad sincera. En la distancia encontró a la
mujer que tanto quería, y que solo aceptaba su compañía siempre que fuese
casta. Acaso por eso él la amaba así y no le hacía daño. Displicente, ella lo
recibió, algo malhumorada pero un poco ansiosa de ver a ese enamorado de otra
especie. Le había despertado algún cariño a pesar de ser imposible desearlo.
eracom siguió las indicaciones
de Hans Hahn y entró al nuevo locus de Eme. ¿Qué crimen lo había movido a esconderse? A eracom no le importó. En un rincón
ennegrecido y a oscuras, Eme yacía
intoxicado y cansado de sus indescifrables trabajos. Su fornido cuerpo era
cubierto por unas mantas sucias y viejas. Se acercó muy lentamente al cuerpo de
Eme, como la araña macho se acerca
cauta a la hembra de la viuda negra, Eme
lo sintió y se comportó como si ocurriera algo cotidiano, y como si nunca se
hubieran hecho daño ni separado, le indicó que se acueste cerca, deseoso de esa
ternura que solo en el fondo de su seco corazón aún deseaba. El amor es una
unión de dos cosas que se necesitan, aunque no se satisfagan, ese pacto
prescinde de todo lo ajeno a estas. Todo es común, nada es propio. Así como uno
no se pide permiso ni perdón a sí mismo, eracom
perdonó a Eme y este a él sin usar
palabras, que son solo medios, no fines. Teniéndolo tan cerca, Eme se sintió consigo mismo otra vez, ya
se había perdonado a sí mismo, pero era consciente de que hacía mal. Un sueño
aliviado lo inundó, el alivio de tenerlo de nuevo junto a su cuerpo, Eme le habló con la ternura típica del
lenguaje de los padres e hijos que despiertan de madrugada y se indican cosas
cotidianas con susurros. Se miraron como queriendo estar unidos siempre. La
cabeza de eracom se hundió en el
pecho cansado de Eme que suspiró con
un temblor. Como si se adentrara en el útero primitivo del que salió la
humanidad. Juntos durmieron íntimamente y una corta carga de sustancias
químicas rodaron de sus ojos. Los leves roces de sus dedos tocándose con
timidez removían y sacudían sus fisiologías. Se activaba la bioquímica del
amor. La bioquímica de dios. Se durmieron uno en el otro como un niño que había
buscado a sus padres por días de agotadora búsqueda y por fin los encontrara.
Durmieron agotados del largo peregrinar que habían sido sus vidas hasta ese
día, a solas uno del otro. Pero dormir es perder la conciencia y eso era
precisamente lo peligroso del amor.
Durante
unas horas, manchados con su mutuo sudor y unidos sus olores, Eme lo quiso con sinceridad y verdad. Ni
todos los muros dé su corazón impidieron una pequeña fuga por entre las grietas.
Pero las horas pasaban y pronto volverían a ser cada uno lo que eran.
La
vida no es completa así. Es verdad, ni la belleza de la sabiduría ni la
comodidad de la vida serena vale la felicidad fugaz de esa fiebre suicida que
se llama amor, amor de verdad. Ni la libertad. Los seres vivos como ellos
estaban condenados a perpetuar una reacción en cadena invisible y esta era un
tenaz ajedrez que había perfeccionado sus técnicas de esclavizar a sus piezas,
para que el juego nunca acabe. El instrumento más invencible que usaba el dios,
el mismo que adoraba Anthonio, era el
amor, un dios cruel, así una generación engendraba a otra. Y así el dios vivía
y se perfeccionaba poco a poco. Avanzaba en su camino de regreso a la perfección.
Lejos de ahí, el siniestro sacerdote Anthonio
veía renacer a su dios enfermo. Había acertado, la clave de los trans-humanos
estaba en la secta de la memoria y supo que tenía un aliado en el hijo de su
enemigo o mejor dicho un instrumento. Y el arma para derrotar a los
trans-humanos era Eme, su belleza e
indiferencia al sufrimiento humano, su codicia de cosas superficiales y
tristes.
Anthonio
se dio cuenta de que si había un lugar donde el dios no moría era en el corazón
de aquel joven: eracom, paradójicamente
el más peligroso de los transhumanos. Ahí estaba más viva que nunca la
dictadura de la biología que ordenaba unirse a su otra mitad para hacer más
hombres. Y la suma de esas dos mitades no era una unidad, sino un infinito.
El
plan de Anthonio estaba resultando a
la perfección, el hijo de Padre podía ser usado mientras fuera un humano. Así
que había logrado unirlo a Eme para
que se pierda.
Primero Hans Hahn y después Eme
se habían vendido a Anthonio por una pobre
cifra de semanas de vida y por ello se había dejado encontrar mientras eracom se perdía.
Pero
en el negocio, Eme se perdió también
él mismo.
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