Último planeta...
L había hecho lo
correcto, eso no era M, o no solo M, y si lo fuera, ¿acaso no lo había
abandonado a él? Lo esperaba su destino junto al Thecnetos a lo divino… debía
dejar de ser L… Pero en la oscuridad, por última vez, sin dominio de sí mismo,
L viajo en secreto de nuevo a aquella cueva a ver a aquel impostor. No se dejó
seguir por Thalos, del que sospechaba
era solo su conciencia materializada en un animal mecánico. Y no quería enfrentarla.
—Si eres M ¿recuerdas
un viaje fuera del universo? —dijo acusador.
—Sí.
—¿Qué paso en ese
universo, a cuál fueron? —dijo el otro lado de L.
—No lo sé. Nada vale
más que vivir, ni siquiera el amor, ni siquiera tu amor —dijo el Emisario
equivocándose absolutamente— … ¿Salimos del universo? No lo recuerdo… Solo
recuerdo este universo, ni el Thecnetos puede ver fuera de él, y eso lo vivió
M, yo solo tengo los recuerdos de M, y también de otro… Eme…y sé que no fue alguien bueno para ti, no sé si soy él, solo he
conocido este mundo. Soy solo un Emisario de un dios muerto. El Thecnetos
ya nada tiene que decirle al mundo. Así que ya no debo ser. Soy una copia, un golem. Tú también… Ayer que viniste y te
lo dije.
Sacó la lengua
velozmente con un gesto nervioso detestable.
—Sé que decidí
abandonarte. O M lo decidió. Yo solo soy lo que ves. Pero no soy nada de lo que soñaste. Ni en esta
vida ni en las otras.
—Volveré mañana por ti,
debo buscar un modo de curarte— dijo Herakón
en L; mintiendo a la perfección.
—Gracias —dijo M y
abrazó a L con su huesudo cuerpo de olor punzante.
L sintió en su
abrazo un incómodo deseo carnal y la sospecha de que no volvería.
—Te espero —dijo
desahuciado y sintiéndose perdido M.
L se apresuró a salir de ahí. Rumbo la inmortalidad que lo
esperaba. El precio de esa inmortalidad era dejar a M.
En ese momento empezó a revivir Herakón, solo la enfermedad atávica, el amor, hizo a L ser distinto
al Thaumasios y ahora que esta había desaparecido,
no había modo de distinguirlos.
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