—Morte. Fuente de vida. Nacer. Hombres, es, morir.
—Murmuraba en solitario Dag.
Mientras
eracom se perdía en Eme. En secreto desaparecieron por la oscura ciudad
cientos de miembros de la secta de la memoria. De modo imperceptible y
aparentemente pacífico, dejó de verse a Ajel,
a Eran, a Dag, a Diante, a Willes y a tantos otros cuya historia no
cabe contar acá, pero cuyo complejo destino aportó a su modo, en determinar el
preciso futuro que se construía sobre la base de su unánime existencia. Siempre
había desparecido de tiempo en tiempo alguno, pero ahora asombraba la falta de
tantos en tan poco tiempo. El dios estaba más fuerte y empezaba a devorar
hombres.
En las profundidades de la ciudadela del
dogma dominada por Anthonio, al
centro geométrico de Limma, ya
prisioneros, fueron ejecutados, muy pocos fueron conservados para hacer
averiguaciones. Además, parecían inútiles, el dios se recuperaba, se
violentaba, haciendo dudar de su acaso su naturaleza no era divina, sino más
bien demoniaca, pero, en resumidas cuentas, seguía muriendo. Anthonio necesitaba saber sobre todo
donde se hallaba el arma final que estaba matando al dios y creyó descubrirlo:
era la otra especie. Siglos atrás, cuando fueron dueñas de la reproducción,
ellas decidían como sería la humanidad, pues decidían quién se reproducía y quién
no, esa tiranía había envilecido a la raza humana, pues elegían siempre lo
peor. Si era así, ahora debía buscar a ese para un trabajo importante. Quizás
no debía matarlo antes de usarlo, era uno de esos buscadores de memoria y podía
hacer cosas raras que los sacerdotes no.
—Ser vivo. Ser útil. El fin es. Ser útil. Yo ser vivo.
Hasta hoy —seguía balbuceando la tosca máquina ya a solas, camino a cualquier
parte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario