Un trillón de trillones de años
después…
Asumida su nueva
personalidad, L o Herakón trabaja en
el nuevo Thecnetos, pero a ratos dejaba el plan que había trazado, y se
sumergía en los recuerdos de M mirándolo en el pasado: hermoso, grande,
inocente, una y otra vez. Pero también veía a Eme, era el otro lado abyecto de M.
En ese mismo
instante, a solas, M, el emisario, el del presente, moría. Como había muerto en
el corazón de L.
En sus sueños de agonía veía mi llegada a salvarlo, nunca supe qué pensó de
mí o si me perdonó. Solo sé que un moribundo se vuelve por primera vez
consciente de su realidad, dada su vida despejada de futuro, de esperanza o de
miedo, que son sentimientos que nos impiden ver nuestro presente por la promesa
de lo que aspiramos a ser, nos vemos ya sin la oportunidad de cambiar, tal como
somos. M supo de mi metamorfosis en Herakón. Y se supo. Y así murió consiente
de que moría.
Sé que dijo mi nombre una y otra vez, hasta que su voz
ya no exhalaba aire. En la tristeza de la oscuridad de un rincón del Thecnetos,
M supo que el universo desaparecía. Que ni siquiera sería como un sueño vacío,
solo dejaría de haber alguien que soñaba. En un segundo, sintió vértigo y
desesperación y se aferró a sus últimos segundos. Abandonado rogó al destino
una oportunidad más, la pidió una y otra vez, pero pasaron los minutos y su
sangre se heló, quedo tan frío su corazón como era fría la arena del desierto. A lo lejos,
mientras él moría, L moría también.
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