Trillones de trillones de años después…
Así L se curó de esa
larga enfermedad que llevaba milenios matándolo, sintió calma, su cerebro
narcotizado por el amor recobró, luego del duelo, el equilibrio neuroquímico, como
un agua tumultuosa que luego de viajar y cambiar frenéticamente de dirección y
caudal, finalmente se asienta en paz, pero también esa calma estancada la
vuelve anóxica y pierde toda vida. La simplicidad era una insípida felicidad.
Su mente no era fría como la de Herakón,
era triste, pero logró que el Thecnetos empezara a revivir. Solo debía terminar
la lenta reparación. Para él tenía un plan, para la misma humanidad ahí
congelada. La soledad y la humanidad durarían un tiempo más, el deber del
Thecnetos era conservar a la humanidad abstracta y a la misma vida hasta el
último segundo. Y si era posible, salvarla del mismo desvanecimiento del
tiempo. Pero L tenía otro deseo de
dios, un dios aburrido de su creación imperfecta: matarla. Morirían todos
juntos calmadamente en una dulce muerte. A él se le había ocurrido este error,
esta pesadilla llamada Thecnetos, llamada vida y ahora era hora de despertar. Él
sería un solitario dios conservado por una eternidad en el Thecnetos, ya
vacío.
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