13,8 billones de años después del inicio del
universo…
Rodó y rodó
por esas calles ennegrecidas. La enfermedad atávica convertía a eracom
en otro, en ele, buscaba. Y esa búsqueda era un vacío íntimo y tibio de
ternura. Una débil ternura que podía derretir la increíble fuerza de sus
sueños. Y dar realidad a sus pesadillas. A solas, con la energía que Phratede le había dado, soñaba y dormía,
pero en su mente se dibujaba flotantes palabras.
Mientas duerme la ciudad
Y la fría soledad recorre las desiertas calles
Sin encontrar nunca nada.
Tú y yo nos enredamos en nuestros nosotros
De carne
Lentamente sorbemos esa felicidad física que
compensa a los hombres de ser mortales.
Esa vulgar y metafísica felicidad del cuerpo.
Y esa felicidad es más valiosa en esta áspera
pobreza de las ideas.
Dormimos extraviados de nosotros mismos.
Y nos encontramos mutuamente.
Mientras.
Y en lo alto
Se odian y aman
Como nosotros
La lluvia y el viento
Finalmente,
eracom reencontró a Eme en esa
misma calle cerca del edificio muerto. Cogió su mano con ternura. Pero un gesto
de fastidio apareció en su mirada, supo que debía ser paciente.
—No trabajo
con el Leno, como piensas —dijo avergonzado—, paso todas las horas del
día en una labor injusta para no morir de hambre. Pero en las noches no soporto
el silencio y voy al Jardín Extraño.
—Yo te
ayudaré, para eso he nacido —dijo eracom
dispuesto a cualquier sacrificio por salvar a Eme.
Ahí
Eme supo que eracom podía empezar a usarse. Ya tenía un esclavo. La tarea parecía
imposible, y era desenterrar Lima, tarea interminable pues esta era una ciudad infinita,
oculta y cambiante, la base sumergida de un iceberg negro que se asomaba solo
mínimamente y se hundía de nuevo mostrando brevemente una terrorífica evidencia
de otra vida, mucho mejor y diferente a la de Eme y eracom. Hace
décadas o milenios Limma fue
enterrada, una y otra vez, el hormiguero que formaba la ciudad subterránea
vivía de una rara minería, que sacaba de su tumba de tierra y rocas, cosas de
ambigua utilidad. Y nuevos espacios, nuevos barrios… La descomunal fuerza de Eme se agotaba con ese trabajo que lo
sobrepasaba, los dueños de Limma pagaban una miseria por aquel trabajo
que daba cuerpo a la ciudad. La Limma enterrada era infinita. Pero eracom
se impuso esforzarse. Creyó que sufrir era conmovedor y poético.
Eme descansó guiándolo,
mientras eracom pasó horas de arduo y
bestial esfuerzo. Eme notó que no
avanzaba mucho, decidió castigarlo por esa improductividad sin mirarlo ni
decirle una palabra.
Cuando
se eracom se detuvo incapaz de
seguir. Buscó un gesto de Eme, algo
como en aquellos sueños de los que Eme
había salido, pero al tocarlo este lo rechazó de nuevo. Luego Eme prosiguió su trabajo como si
estuviera a solas, pues sin eso perdería el pago de la ciudad: un puñado de días
más de vida. eracom miraba
maravillado esa arquitectura bestial que era el cuerpo de Eme luchando
con la roca. Vio los torvos músculos chocar contra la piedra, haciéndola
estallar, la brutal espalda forcejeando con un muro de roca hasta derrumbarlo y
unas toscas manos escarbar en lo duro, hambrientas de hacer el hueco de Lima
más grande. Ahí tuvo una epifanía. Recordó que en una antigua mitología se
decía que los hombres justos al llegar al cielo podían ver al dios. Y esa era
la única e interminable felicidad de ese paraíso.
Siempre
le pareció imposible aquella leyenda. Ni siquiera la consideraba alegóricamente
creíble. Qué soso sería mirar una divinidad inmóvil por siempre. Ningún placer
podía ser monótono y simple, menos durante una interminable eternidad. Pero supo
ahí que se equivocaba, esas horas en que eracom
miró en silencio a Eme sintió tal placer sublime y arrebatado
solo con verlo, minuto tras minuto, hora tras hora, que entendió la leyenda y
supo que efectivamente era posible ser infinitamente feliz mirando algo estáticamente
por la eternidad. Y, además —pensó—, hasta que el dios exista es posible.
Debía
salvarlo, así que tomó la herramienta de manos de Eme, y tomó su trabajo
e insinuó ambiguamente a Eme sus
deseos de modo condicional: un abrazo.
—Será al
final —respondió este algo dolido de esos requerimientos vulgares. No había
duda, eracom era como los demás,
buscaba su forma, no su esencia. Acaso le revelaba así que él solo era forma, cuerpo,
hueco por dentro, nada, y quizás lo era, pensó triste. eracom retomo el trabajo y esta vez
fue más productivo.
Pasaron
las horas y Eme notó el esfuerzo
interesado de eracom. Llegada la
agotadora madrugada, el interminable trabajo milagrosamente acabó. Pero en
lugar de pagar lo convenido, Eme le
pidió delicadamente a eracom que se
marchara.
—No sé a
dónde ir, no puedo ya volver a la secta —dijo desilusionado.
—Cualquier
lugar es lo mismo ¿Qué buscas en realidad? —dijo Eme despojándose de su disfraz.
eracom se llenó de vergüenza. Sabía
lo que quería, y quizás no era salvar a Eme, sino tenerlo, usarlo. Luego
Eme agregó simulando compasión.
—Mañana
podremos vernos de nuevo. Todos los días si quieres.
—Podría
dormir cerca.
—No. Solo
puedo dormir si estoy completamente solo. Compréndeme —rogó Eme. Luego calló y espero calmadamente a
que eracom se fuera. Pasaron minutos
incómodos. Aunque comprendió que no podía seguir parado ahí, que debía irse,
sus pies no le permitían partir. Iba a decir algo para despedirse, o para rogar
quedarse… pero... sonó algo como escombros cerca del locus. Alguien venía o esperaba a que eracom se vaya.
—Debes
irte. Alguien me espera.
—Dijiste
solo podías dormir solo.
—Casi no
voy a dormir —dijo Eme con un brillo
maligno en los ojos, que amenazaban con agregar más detalles. eracom sintió de golpe de lo que
significaba eso.
—Eres la
mitad de otra persona. No de mí.
—Quizás de
muchos. Si no te gusta puedes irte. Mejor dicho. No vuelvas nunca más —dijo Eme convencido de que era lo que más les
convenía a ambos.
eracom
se fue incrédulo de que esto ocurriera, dudo que Eme lo hiciera y que él lo sufriera. ¿Por qué pasaba esto? Era como
si algo absurdo aconteciera, una violación de las leyes de la realidad, no
podía ser, pero mientras esto pensaba, una ambigua figura entraba al locus de Eme que fue a su encuentro impaciente y ansioso.
Pero increíblemente algo en Eme, ya feliz con aquella anónima
compañía, se desesperó al ver que eracom
lo abandonaba, se llenó de odio y rencor destructivo por ese abandono. Luego se
reunió con su vida real, esa a la que eracom
no pertenecía. Y ya no hubo un segundo de su mente para este. Nunca lo había
habido. Amar la vida, la felicidad o la belleza le era imposible, solo los
pobres placeres fútiles y epiteliales. Eme
vendía su corazón y el de los que lo amaban en un pobre trueque, gastado luego
en cosas baratas, quizás fueran poco, pero eran reales, todo lo demás era
falso. ¿Acaso lo era? Sentía de todos modos que perdía algo que codiciaba en eracom, así de triste era el corazón de
un hetairesis.
Y
así es cuando somos expatriados de nuestro corazón cuando este está en manos de
otra persona.
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