jueves, 7 de marzo de 2024

66 LA GUERRA CONTRA LOS HUMANOS: El amor es un dios cruel

 

13,8 billones de años después del inicio del universo…

Rodó y rodó por esas calles ennegrecidas. La enfermedad atávica convertía a eracom en otro, en ele, buscaba. Y esa búsqueda era un vacío íntimo y tibio de ternura. Una débil ternura que podía derretir la increíble fuerza de sus sueños. Y dar realidad a sus pesadillas. A solas, con la energía que Phratede le había dado, soñaba y dormía, pero en su mente se dibujaba flotantes palabras.

 

Mientas duerme la ciudad

Y la fría soledad recorre las desiertas calles

Sin encontrar nunca nada.

Tú y yo nos enredamos en nuestros nosotros

De carne

Lentamente sorbemos esa felicidad física que compensa a los hombres de ser mortales.

Esa vulgar y metafísica felicidad del cuerpo.

Y esa felicidad es más valiosa en esta áspera pobreza de las ideas.

Dormimos extraviados de nosotros mismos.

Y nos encontramos mutuamente.

Mientras.

Y en lo alto

Se odian y aman

Como nosotros

La lluvia y el viento

 

Finalmente, eracom reencontró a Eme en esa misma calle cerca del edificio muerto. Cogió su mano con ternura. Pero un gesto de fastidio apareció en su mirada, supo que debía ser paciente.

—No trabajo con el Leno, como piensas —dijo avergonzado—, paso todas las horas del día en una labor injusta para no morir de hambre. Pero en las noches no soporto el silencio y voy al Jardín Extraño.

—Yo te ayudaré, para eso he nacido —dijo eracom dispuesto a cualquier sacrificio por salvar a Eme.

Ahí Eme supo que eracom podía empezar a usarse. Ya tenía un esclavo. La tarea parecía imposible, y era desenterrar Lima, tarea interminable pues esta era una ciudad infinita, oculta y cambiante, la base sumergida de un iceberg negro que se asomaba solo mínimamente y se hundía de nuevo mostrando brevemente una terrorífica evidencia de otra vida, mucho mejor y diferente a la de Eme y eracom. Hace décadas o milenios Limma fue enterrada, una y otra vez, el hormiguero que formaba la ciudad subterránea vivía de una rara minería, que sacaba de su tumba de tierra y rocas, cosas de ambigua utilidad. Y nuevos espacios, nuevos barrios… La descomunal fuerza de Eme se agotaba con ese trabajo que lo sobrepasaba, los dueños de Limma pagaban una miseria por aquel trabajo que daba cuerpo a la ciudad. La Limma enterrada era infinita.  Pero eracom se impuso esforzarse. Creyó que sufrir era conmovedor y poético.

Eme descansó guiándolo, mientras eracom pasó horas de arduo y bestial esfuerzo. Eme notó que no avanzaba mucho, decidió castigarlo por esa improductividad sin mirarlo ni decirle una palabra.

Cuando se eracom se detuvo incapaz de seguir. Buscó un gesto de Eme, algo como en aquellos sueños de los que Eme había salido, pero al tocarlo este lo rechazó de nuevo. Luego Eme prosiguió su trabajo como si estuviera a solas, pues sin eso perdería el pago de la ciudad: un puñado de días más de vida. eracom miraba maravillado esa arquitectura bestial que era el cuerpo de Eme luchando con la roca. Vio los torvos músculos chocar contra la piedra, haciéndola estallar, la brutal espalda forcejeando con un muro de roca hasta derrumbarlo y unas toscas manos escarbar en lo duro, hambrientas de hacer el hueco de Lima más grande. Ahí tuvo una epifanía. Recordó que en una antigua mitología se decía que los hombres justos al llegar al cielo podían ver al dios. Y esa era la única e interminable felicidad de ese paraíso.

Siempre le pareció imposible aquella leyenda. Ni siquiera la consideraba alegóricamente creíble. Qué soso sería mirar una divinidad inmóvil por siempre. Ningún placer podía ser monótono y simple, menos durante una interminable eternidad. Pero supo ahí que se equivocaba, esas horas en que eracom miró en silencio a Eme sintió tal placer sublime y arrebatado solo con verlo, minuto tras minuto, hora tras hora, que entendió la leyenda y supo que efectivamente era posible ser infinitamente feliz mirando algo estáticamente por la eternidad. Y, además —pensó—, hasta que el dios exista es posible.

Debía salvarlo, así que tomó la herramienta de manos de Eme, y tomó su trabajo e insinuó ambiguamente a Eme sus deseos de modo condicional: un abrazo.

—Será al final —respondió este algo dolido de esos requerimientos vulgares. No había duda, eracom era como los demás, buscaba su forma, no su esencia. Acaso le revelaba así que él solo era forma, cuerpo, hueco por dentro, nada, y quizás lo era, pensó triste.  eracom retomo el trabajo y esta vez fue más productivo.

Pasaron las horas y Eme notó el esfuerzo interesado de eracom. Llegada la agotadora madrugada, el interminable trabajo milagrosamente acabó. Pero en lugar de pagar lo convenido, Eme le pidió delicadamente a eracom que se marchara.

—No sé a dónde ir, no puedo ya volver a la secta —dijo desilusionado.

—Cualquier lugar es lo mismo ¿Qué buscas en realidad? —dijo Eme despojándose de su disfraz.

eracom se llenó de vergüenza. Sabía lo que quería, y quizás no era salvar a Eme, sino tenerlo, usarlo. Luego Eme agregó simulando compasión.

—Mañana podremos vernos de nuevo. Todos los días si quieres.

—Podría dormir cerca.

—No. Solo puedo dormir si estoy completamente solo. Compréndeme —rogó Eme. Luego calló y espero calmadamente a que eracom se fuera. Pasaron minutos incómodos. Aunque comprendió que no podía seguir parado ahí, que debía irse, sus pies no le permitían partir. Iba a decir algo para despedirse, o para rogar quedarse… pero... sonó algo como escombros cerca del locus. Alguien venía o esperaba a que eracom se vaya.

—Debes irte. Alguien me espera.

—Dijiste solo podías dormir solo.

—Casi no voy a dormir —dijo Eme con un brillo maligno en los ojos, que amenazaban con agregar más detalles. eracom sintió de golpe de lo que significaba eso.

—Eres la mitad de otra persona. No de mí.

—Quizás de muchos. Si no te gusta puedes irte. Mejor dicho. No vuelvas nunca más —dijo Eme convencido de que era lo que más les convenía a ambos.

       eracom se fue incrédulo de que esto ocurriera, dudo que Eme lo hiciera y que él lo sufriera. ¿Por qué pasaba esto? Era como si algo absurdo aconteciera, una violación de las leyes de la realidad, no podía ser, pero mientras esto pensaba, una ambigua figura entraba al locus de Eme que fue a su encuentro impaciente y ansioso.

       Pero increíblemente algo en Eme, ya feliz con aquella anónima compañía, se desesperó al ver que eracom lo abandonaba, se llenó de odio y rencor destructivo por ese abandono. Luego se reunió con su vida real, esa a la que eracom no pertenecía. Y ya no hubo un segundo de su mente para este. Nunca lo había habido. Amar la vida, la felicidad o la belleza le era imposible, solo los pobres placeres fútiles y epiteliales. Eme vendía su corazón y el de los que lo amaban en un pobre trueque, gastado luego en cosas baratas, quizás fueran poco, pero eran reales, todo lo demás era falso. ¿Acaso lo era? Sentía de todos modos que perdía algo que codiciaba en eracom, así de triste era el corazón de un hetairesis. 

Y así es cuando somos expatriados de nuestro corazón cuando este está en manos de otra persona.

No hay comentarios:

Publicar un comentario